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Isabela Orozco y sus compañeritos del club Clesilja brincaban de la dicha y no era para menos.
Ella y todos sus amiguitos de la bicicleta lo vieron salir hacia Invercargill, en Nueva Zelanda, como uno más del pueblo y volvió como bicampeón mundial. Tamaña hazaña.
Esa espera de tres horas en el aeropuerto y el largo camino en caravana hacia La Ceja por las vías del oriente paisa, bien valió la pena para Isabela, porque pudieron contarle a todo el municipio después de las 6:30 de la tarde, que con ellos iba alguien vestido de arcoiris, un lujo que pocos tienen en el mundo del ciclismo.
Fernando Gaviria, el portador de la gesta, no podía dar crédito a lo que se ponía frente a sus ojos en un concurrido aeropuerto José María Córdova, donde hubo una vibración especial, porque además de los cientos de paisanos, la chirimía y las vuvuzelas le dieron el toque especial al retorno del ganador de las medallas de oro del omnium y de la Américana en el Mundial juvenil de ciclismo de pista. “No me lo imaginaba así; esta es una alegría muy grande la que siento. Es algo indescriptible”, dijo ante los micrófonos el portador de la camiseta multicolor, quien llevaba colgadas en el cuello sus dos medallas doradas.
Los ocho miembros de su familia que fueron a esperarlo brincaban y saltaban de la emoción. Lo mismo hacían las decenas de paisanos que coparon el muelle dos del José María y que luego formarían la caravana que a las 7:00 de la noche dejó a Fernando en el parque principal, arropado por el cariño de los cejeños, de sus amigos y de la simpática Isabela, que vio llegar a un bicampeón mundial.