Sus piernas parecen las de un flamenco, largas y delgadas, pero fuertes y rápidas.
Si fuera por su apariencia física, Adrián Ramos no inspiraría temor en la cancha; pero su talento es tan grande que todos lo respetan aún con su delgada figura.
Adriancho, como le dicen todos, se ha ganado un puesto especial y clave en el grupo escarlata del técnico Diego Édison Umaña, además de convertirse en el goleador del equipo americano con 12 tantos, es quien pone el desequilibrio, el factor sorpresa, el contragolpe y el peligro en el arco rival.
Este espigado delantero, que se desvive por el arroz con atún, la bachata y el reggeaton no olvida sus primeros pasos en Santander de Quilichao, allí aprendió a pegarle al balón, luego pasó a las divisiones menores del América y en el cuadro rojo debutó como profesional.
A sus 22 años, Adrián ha experimentado cuatro etapas consideradas clave en su vida: la llegada al fútbol profesional con los escarlatas, su paso al fútbol del exterior, el año que estuvo en el Independiente Santa Fe y el regreso al cuadro dirigido por Diego Umaña, en el que se ha convertido en gran figura.
Sobre su momento en el América-2008, Ramos expresa que "el profe Umaña me ha dado la confianza para desarrollar mi fútbol; él nos pide entrega, que hagamos en la cancha lo que sabemos y hemos logrado consolidar un grupo muy unido".
Ramos, quien en la final pasada no tuvo buena actuación, pues falló uno de los penaltis ante el portero del Boyacá-Chicó, Edigson Velásquez en la definición del título, está confiado de haber madurado con esa prueba y sueña, esta vez, lograr la estrella 13 con los rojos de la capital vallecaucana.
"Quiero ser campeón con América, dejarle una estrella a la institución, el semestre pasado estuvimos cerca pero las cosas no se dieron, ahora estamos luchando y queremos el título", concluyó.
Al lado de sus amigos, de aquellos jugadores con los que ha compartido desde las divisiones menores en América (Diego Valdez, Carlos Preciado y Hárrison Otálvaro), Ramos espera alcanzar la estrella para celebrar con sus compañeros, con un técnico que lo rescató y le dio un lugar de honor en el onceno rojo y un grupo que vive como en familia. Ese es Ramos, un verdadero diablo que anda suelto.