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HISTÓRICO
Buitrago a ritmo de bolero
  • En Bolero Bar se juntan las edades, los sexos y los gustos en torno a la música y las palabras. Es un sitio en donde se puede iniciar una amistad o un buen romance.
    En Bolero Bar se juntan las edades, los sexos y los gustos en torno a la música y las palabras. Es un sitio en donde se puede iniciar una amistad o un buen romance.
  • Jorge Buitrago le da la bienvenida, en la puerta del negocio a una de sus clientes.
    Jorge Buitrago le da la bienvenida, en la puerta del negocio a una de sus clientes.

  • Bolero Bar es un sitio de Medellín para la tertulia, la música y el romance.
  • Es un lugar frecuentado por artistas, escritores y enamorados.
Por
Rodrigo Alberto Martínez Arango
Medellín

Como un fantasma, el recuerdo de Manuel Mejía Vallejo ronda todas las noches por los 50 metros cuadrados de Bolero Bar.

Este negocio, tranquilo y acogedor, casi ni se distingue entre los locales y apartamentos que conforman el complejo residencial Villa del Río, en el sector del Estadio.

La imagen del escritor jericoano, autor de La casa de las dos palmas, Aire de tango y El día señalado está latente en este sitio bohemio de Medellín, al que se llega por invitación de uno de los clientes o amistad con su propietario, Jorge Buitrago Montes.

El mismo Mejía Vallejo definía el lugar como "un rincón donde se ha hecho una amistad o iniciado un romance".

Y aunque "la costumbre de morir", como Mejía definía la parca, lo sorprendió un 23 de julio de 1998, los recuerdos de sus manos que se chocaban alegres con las del resto de clientes, la palmadita en el hombro con sus amigos, la pequeña venia a quienes lo saludaban y el oído atento al bolero, siguen rondando las mentes del dueño de este negocio y sus meseros.

Bolero Bar era, para Mejía Vallejo, como la Bodeguita del Medio de la Habana, para Ernest Hemingway.

Conversar con Jorge Buitrago es evocar muchas noches de charlas y tragos con personajes como el mismo Mejía Vallejo, uno de sus más fieles clientes.

Es regresar a un pasado, hecho presente en tertulias y discusiones literarias y de la música, en medio de 12 mesas, un butaco, una barra, una fuente de agua y dos candelabros.

Jorge llegó a Medellín a los 18 años de edad, proveniente de su natal Santa Rosa de Cabal, en Risaralda. Como Mejía Vallejo, vino a esta ciudad a estudiar. Jorge lo hizo en la Facultad de Arquitectura, de la Universidad Nacional y Mejía Vallejo, Escultura y Dibujo, en Bellas Artes. Pero ni el uno fue arquitecto ni el otro escultor. A los dos los sedujo la literatura. A Jorge como lector y a Manuel como escritor. Su amistad se fundió alrededor de un bolero en este negocio, carente de aviso en la fachada, pero radiante de amabilidad en su interior.

Hacia el bolero
En 1981, Jorge se dejó calentar el oído con las teorías de Freud que difundían los seguidores del sicoanálisis. Dejó la arquitectura y se matriculó en la naciente Escuela de Sicología de la Universidad de Antioquia, pero tampoco fue sicoanalista.

Cuando cursaba el cuatro semestre tuvo la necesidad de trabajar y, con dinero prestado, montó una taberna en la que sólo se escuchaba música clásica. La llamó La Camerata.

Cuatro años después y luego de asistir al Primer Encuentro del Bolero en el Recinto Quirama, a principios de 1983, se encarretó con ese género romántico y le dio por comprar una pizzería, que desapareció a los dos meses para dar paso al Bolero Bar.

Con su barba bien cuidada, cabello escaso, entre canoso y negro y vestir sencillo con camisa de algodón, franela blanca y pantalones de dril oscuro, Jorge tiene la apariencia de un científico pero, en realidad es un melómano, que conoce de memoria los gustos de su clientela.

Bolero Bar no sólo cautivó a Mejía Vallejo, dice Jorge. Allí han derrochado muchas noches escritores como Germán Vargas, Darío Ruiz, Rafael Humberto Moreno Durán, Juan José Hoyos, José Libardo Porras y Óscar Collazos, así como los pintores Jorge Botero y Óscar Jaramillo y el cineasta Víctor Gaviria.

También es el escenario de cantantes casi anónimos, que ven en Bolero Bar una forma de expresarse. Eso le ocurre Álex Arboleda, un taxista nocturno que abandona unas horas su carro para sacar a relucir sus dotes de baladista, o la bolerista Myriam Rodríguez, quien cuando sale de su taller de reparación de compresores, coge la guitarra y termina la noche cantando en este lugar.

Bolero Bar es un espacio de la ciudad y de la noche, en donde habitan los espíritus de los amigos ya idos y la música, los afectos y el amor.

Oportunidad para nuevos cantantes
"Por este sitio han pasado grupos y artistas como El Septeto Nacional de Cuba, César Portillo de la Luz, Gian Franco Pagliaro, Víctor Hugo Ayala y Ligia Mayo".
Andrés Oquendo, mesero

"Este es un sitio tradicional de Medellín, en donde Jorge es el gran compañero de la noche".
Alejandro Gómez, cantante

"En este lugar se le da la oportunidad a los cantantes. Cuando lo hacen bien les pago ya que la bohemia aquí no es trago, es arte.
Gonzalo Vanegas, cliente

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