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De ser mudo hasta los ocho años, un ente que no quería y no podía comunicarse con nadie, Facundo Cabral pasó a ser un adicto a la palabra.
Los médicos le decían a su madre, Sara, que tal vez, el pequeño Facundo nunca lograría hablar. Por eso, en entrevistas que brindó el cantautor nacido en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, Argentina, el 22 de mayo de 1937, dice que su curación fue un milagro.
"No tengo recuerdos de esa época. No me interesaba nada. Solo quería dormir y morir durmiendo. No quería vivir. Despertarme era una tortura. Me parecía que la vida iba a ser siempre así".
Así: con una lucha sin tregua de su madre, Sara, para conseguir el sustento, luego de que Rodolfo, su padre, los abandonara cuando Facundo tenía un día de nacido.
Gamín en sus primeros años, asiduo visitante de la correccional de donde a veces se fugaba, Facundo Cabral fue objeto de un segundo milagro, el que lo sacaría del desgano de vivir. Un hombre de la calle, Simón, le predicó el Sermón de la Montaña. Una escena que lo transformó. De ahí compuso su primera canción, Vuele bajo.
Así empezó todo
El primer concierto lo brindó en 1960. Según el mismo artista le contó a Facundo Gari y éste publicó en Escritos críticos (majfud.org), fue en el hotel Hermitage, de Mar del Plata. Había una fiesta elegante y él llegó allí con la intención de conseguir algún trabajo, el que fuera. Pero como lo vieron entrar con su inseparable guitarra, creyeron que había llegado el músico y él no dijo nada. Cantó esa canción que había compuesto y algunas del folklor argentino y, claro, habló entre canciones ante un auditorio formado por unas 900 personas y salió adelante.
Se presentó por meses, en espectáculos de una hora diaria en ese escenario, con el nombre artístico de El Indio Gasparino, como si un tipo llamado Facundo Cabral necesitara seudónimo.
Aunque, está bien, él tampoco se llamaba Facundo. Así lo llamó siempre su madre, vaya uno a saber por qué, sabiendo que el nombre con el cual lo bautizó era el de Rodolfo Enrique.
Con la misma desmesura con que habló después de que aprendió a hacerlo, también se dedicó a leer. Tenía influencias de Jesucristo, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta, por una parte; de Jorge Luis Borges, Walt Whitman, por otra.
Y con la espontaneidad con la que entró a grabar a discos Odeón -"vengo a grabar un long play", dijo y añadió que había escogido esta disquera por los senos de la recepcionista. Los grabadores, que querían burlarse del loquito de la guitarra, tan desfachatado, terminaron grabándole un disco, así fue haciendo una carrera de cantautor que lo llevó a más de 160 países del mundo y a cantar a dúo con Julio Iglesias, Alberto Cortez, Pedro Vargas, Neil Diamond, entre otros.
Por sus cantos de crítica social -pobrecito mi patrón: piensa que el pobre soy yo- y su reconocido afecto al anarquismo, fue perseguido por la dictadura militar argentina y debió irse al exilio durante el tiempo que ésta duró -1976-1983.
Regresó siendo un artista de talla internacional y el público lo aplaudió. Sus discos vendieron millones en Argentina y toda América Latina.
No soy de aquí ni soy de allá, una canción que, como otras, le salió espontáneamente en un concierto de 1970, se convirtió en un himno. Tiene muchas versiones en el planeta. Hasta en Los Simpson, Homero la tararea en un capítulo en el cual evoca tiempos pasados.
Mensajero de Paz
"La filosofía, la historia y la literatura son las tres hembras que amo, que me enriquecen día a día, que me acercan al hombre que debo ser", diría una vez. Y muchos creen que efectivamente, solo y solitario vivió por siempre el cantante, pero se enamoró de veras un día -no me refiero a tantas veces que se enamoró de momento de alguna mujer- de una chica llamada Bárbara. Libre como las mujeres de sus canciones. Con ella tuvo una hija. Pero a los dos años de nacida ésta, en 1978, ambas murieron en un accidente de avión en Estados Unidos.
Por esta época también murió su madre, quien había alcanzado a advertirle que si en sus tantas andanzas llegaba a encontrarse un día con su padre, no lo juzgara ni le reprochara por haberlos abandonado.
Y así pasó. Lo halló en 1983, casado con una alemana "deliciosa". Lo visitó en su casa, notó que leía lo mismo que él. Lloró, pero no le reprochó sus actos. Tuvieron amistad durante diez años, cuando murió el viejo.
Gustavo Castaño, el realizador cinematográfico de Itagüí, lo trajo en dos ocasiones, ambas con Alberto Cortez, en su gira "Lo Cortez no quita lo Cabral". Fueron presentaciones en el Polideportivo de Envigado y el estadio de la Ciudad Industrial.
Castaño recuerda sus ojos desmedidamente grandes cuando se quitaba sus gafas especiales y esa imperiosa necesidad de hablar. "Hablaba con el empleado del escenario, con el muchacho que le llevaba agua, con todo el mundo. Y le afectaba el clima. Siempre parecía tener frío".
No en vano, Facundo quiere decir elocuente. Declarado Mensajero Mundial de la Paz por la Unesco, candidato al Premio Nobel de la Paz, ambas cosas por sus constantes mensajes de amor entre la humanidad, a la cual consideraba una sola familia, nadie se explica su final violento.
En su disertación No estás deprimido, estás distraído, dijo: "Se gana y se pierde, se sube y se baja, se nace y se muere. Y si la historia es tan simple, ¿por qué te preocupas tanto?".