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HISTÓRICO
Cambió el alma de América Latina
*Michael Shifter | Publicado

Menos de dos meses después de la caída del Muro de Berlín, el presidente de Estados Unidos, George H. W. Bush, envió 20.000 soldados a Panamá para remover del poder a Manuel Noriega.

La drástica acción pareció incongruente con el ánimo predominante a finales de 1989. ¿Fue este el último momento de la Guerra Fría o un signo de la llegada de la era post Guerra Fría?

Por supuesto, el uso de la fuerza militar estadounidense por razones de seguridad precedió a la Guerra Fría, e incluso la ha seguido. La invasión de Panamá careció de la lógica (o ilógica) usual del momento. Noriega fue fichado por Estados Unidos no porque fuera comunista sino porque era un traficante de drogas.

Aún así, la decisión hace dos décadas fue ampliamente condenada por América Latina, justo como otras intervenciones de la era de la Guerra Fría, sea en Guatemala (1954), Cuba (Bahía Cochinos 1961), Granada (1983) o América Central en la década de los 80.

La presencia de militares de Estados Unidos continúa despertando suspicacia en la región, como lo ilustra el último furor por el acuerdo entre E.U. y Colombia para el acceso a bases. La Guerra Fría puede haber terminado hace mucho, pero las dudas sobre los motivos de lo que Hugo Chávez llama "el imperio" no han desaparecido.
Es difícil sobrevalorar la importancia de Cuba, un aliado de la Unión Soviética localizado justo a 90 millas de Florida, al determinar el pensamiento de la Guerra Fría y la política de Estados Unidos en Latinoamérica.

Desde las palabras inaugurales de John F. Kennedy "pagué cualquier precio, soporté cualquier carga... para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad" hasta la referencia de Ronald Reagan al "imperio maligno", Estados Unidos estuvo comprometido en un feroz enfrentamiento ideológico con el comunismo que fue profundamente sentido por los estadounidenses.

Lo que es asombroso es cuán poco ha evolucionado la política de E.U. hacia Cuba  desde la caída del Muro.

El acercamiento de E.U. a su isla vecina se resiste a cambiar, especialmente por la duradera influencia política de la comunidad cubano-americana. Pocos políticos estuvieron listos para abogar por el fin del embargo (aún con la desaparición de la Unión Soviética) no sea que fueran acusados de ser simpatizantes del comunismo.

Las razones para la política punitiva hace tiempo que se fueron, pero como lo anotó Jorge Domínguez de la Universidad de Harvard: "El gobierno de E.U. a menudo se comportaba como si estuviera bajo un hechizo de demonios ideológicos" en su política hacia Latinoamérica.

Interés de cambio
Aparte de Cuba, durante los 90 hubo signos de que cambios significativos y positivos eran posibles en las relaciones entre E.U. y América Latina en el periodo de la post Guerra Fría.

Las preocupaciones de seguridad que han sido tan dominantes durante décadas parecieron alejarse, dando paso a una nueva agenda enfocada en el comercio, las drogas, inmigración y el medio ambiente, que parecieron ofrecer grandes posibilidades para una efectiva cooperación.

A pesar del despliegue de tropas de E.U. en Haití para devolver a Jean-Bertrand Aristide al poder en 1994, la administración de Bill Clinton fue vista como relativamente benévola en la región, señalando una era fresca.

El marcado énfasis de la política de E.U. en la década de los 90 hacia Colombia, que estaba enfocada en la cuestión de las drogas, fue producto del cambio de la dinámica de la post Guerra Fría.

Ausente de un concepto de estrategia central como el anticomunismo, Washington  persiguió cada vez más una agenda "interméstica" que a menudo mezcló consideraciones de política doméstica y externa. Las drogas se ajustaron dentro de este marco, y para finales de la década resultó el paquete de ayuda conocido como Plan Colombia.

Este esfuerzo fue aprobado por E.U. un año antes de los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.

Para George W. Bush la "guerra contra el terrorismo" hizo reducir la "guerra contra las drogas", que estaba en piloto automático desde los primeros años del siglo XXI hasta que el foco cambió a la amenaza del terror.

Aunque las políticas unilaterales y militares de Bush que apuntaban a combatir el terrorismo fueron inicialmente apoyadas por los estadounidenses, nunca lograron un fervor en la ideología comparable al sentimiento anticomunista de las décadas predecesoras.

Chávez y su relación con E.U.
Más que cualquier otra figura en Latinoamérica, Hugo Chávez ha recordado algunas de las batallas ideológicas entre Estados Unidos y la Cuba de Fidel Castro.

Con la política antiestadounidense de Chávez y sus ambiciones regionales, los asuntos de seguridad recobraron un lugar en la agenda latinoamericana de Washington. Pero Chávez, a diferencia de Fidel, no es visto como un revolucionario, y Venezuela no es una alternativa atractiva para los latinoamericanos, como Cuba lo fue en las décadas de los sesenta y setenta. En E.U., Chávez es visto como un problema y un reto, pero no como una amenaza seria al estilo de vida americano, como Fidel fue a menudo descrito.

En el 2009, en el primer año de Barack Obama como presidente, E.U. ha restaurado en alguna medida la buena voluntad y el prestigio perdido durante la última década en América Latina.

Sin embargo, después de la prometedora cumbre hemisférica en abril, Obama descubrió que no es fácil realizar progresos en una agenda común. Condiciones políticas a menudo son un obstáculo como lo muestran los tratados de libre comercio pendientes con Colombia y Panamá, inmigración, energía y la crisis en Honduras.

De todas formas, después de todos estos años, hay algunos movimientos en la política de E.U. hacia Cuba.

Gradualmente, se están tomando pasos moderados que conducirán a un mejor contacto con la isla. El fin del embargo no es inminente, pero es probable que en un futuro cercano los estadounidenses sean libres de viajar a Cuba.

Muchos esperaban que este tipo de acercamientos se produjeran después de la caída del Muro de Berlín. Pero, basados en las últimas dos décadas en las relaciones interamericanas, la principal lección es que los cambios son rara vez rápidos, lineales o predecibles.

*Michael Shifter es vicepresidente del centro de análisis Diálogo Interamericano.

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