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Convocados por el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, para debatir y apoyar las tratativas de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc, guerrilla revolucionaria izquierdista que opera desde 1964), y el gobierno de ese país, nos reunimos en Cartagena Bill Clinton (presidente de Estados Unidos, 1993-2001), Felipe González (presidente del gobierno español, 1982-1996) Ricardo Lagos (presidente de Chile, 2000-2006), Tony Blair, primer ministro del Reino Unido, 1997-2007) y yo.
Por primera vez, después de décadas de lucha entre los guerrilleros y el ejército colombiano, con todo el horror de la guerra y una insólita relación entre guerrilleros y narcotraficantes, después de varias tentativas fallidas de dar por concluido el conflicto y crear condiciones para la pacificación del país, ahora hay señales firmes de que, finalmente, hubo progresos en dirección de la paz. Las mesas de negociación, establecidas en La Habana con el apoyo del gobierno cubano, ya acordaron tres de los cinco puntos en discusión; entre ellos, la reparación de daños para las víctimas y el castigo para los culpables.
Aunque todavía es muy pronto para decir que la paz ya está a la vista, llegó el momento de que líderes y organizaciones internacionales aporten su apoyo al proceso en curso, aun antes del cese al fuego. El gobierno de Colombia se opone a paralizar las operaciones militares sin que se hayan resuelto las demás cuestiones puestas sobre la mesa. Así quiere evitar lo que ocurrió en la época del Presidente Andrés Pastrana (1998-2002), cuando la ""zona de paz"" consagrada en el centro del país solo sirvió de base para que las FARC se reforzaran militarmente.
Firmamos un documento en apoyo de los esfuerzos en marcha, resaltando al final que queremos una paz con justicia, que les asegure a las víctimas del conflicto toda la satisfacción posible de sus derechos. Eso no debe de impedir que Colombia encuentre caminos de paz y reconciliación.
En el curso de la discusión quedó claro que en otros procesos semejantes fue esencial resolver la cuestión de los derechos de las víctimas para crear un clima favorable para la aceptación de la llamada ""justicia de transición"", la única posible para terminar con situaciones de conflicto que han durado decenios.
La naturaleza excepcional de esas situaciones hace difícil individualizar responsabilidades y castigos en la larga serie de los crímenes cometidos. Por un lado, la amnistía es una necesidad para ponerle fin al conflicto; por el otro, el perdón legal no puede ser un acto que convalide graves violaciones de los derechos humanos.
Es un equilibrio difícil de establecer. Cada uno de los presentes tuvo una aportación qué hacer en esta materia, por su propia experiencia. González, por el trato con la cuestión de la ETA (Patria Basca e Liberdade, organização revolucionaria separatista/independentista que opera desde 1959) en España; Clinton, por el empeño y las innumerables dificultades encontradas en las negociaciones de paz entre Israel y Palestina; yo mismo, por la mediación de Brasil en el acuerdo de paz entre Ecuador y Perú; y Blair, ciertamente, por el papel que desempeñó en el acuerdo de paz que puso fin al conflicto entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte.
En todos esos casos, en mayor o menor grado, no se trata solo de asegurar las reparaciones a los refugiados, desplazados, familiares de personas asesinadas y desaparecidas, etcétera. Es preciso lidiar con un drama colectivo auténticamente humano que no desaparece con las leyes de amnistía y las reparaciones a las víctimas y sus familias.
La justicia posible es el primer paso en la reconstrucción de la convivencia nacional pacífica en torno de valores verdaderamente democráticos y generosos, lo cual exige arrepentimiento, reconciliación y buena voluntad.
En la segunda parte del encuentro tratamos de reevaluar las mejores prácticas para, una vez hecha la paz, poder asegurarla mediante políticas que mejoren las condiciones de vida de la mayoría de la población. Ninguno de los líderes presentes cree que basta aumentar el producto interno bruto. Esa condición es necesaria pero no suficiente. La participación ciudadana, el dominio y la difusión de las nuevas tecnologías de comunicación e información, la participación libre en las redes sociales, como espacios públicos de elaboración y expresión del pensamiento y los sentimientos de la sociedad, la necesidad de una democracia abierta a escuchar los anhelos del pueblo, son tan importantes como un buen desempeño económico para asegurarle una larga vida a la paz.
Se compartieron muchas esperanzas. Y también confianza. A pesar de una guerra interna de más de 40 años, Colombia ha mantenido la democracia a lo largo de todo este periodo y, ya desde hace varios años, ha venido creciendo a un ritmo del 4 por ciento anual con poca inflación.
La paz ampliará los horizontes de su desarrollo y fortalecerá aun más la legitimidad de su democracia, con gran beneficio para toda la región. Por eso merece todo nuestro apoyo.
* Sociólogo y escritor. Fue presidente de Brasil 1995-2003.)