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Esta columna se escribió antes de conocerse los resultados de las elecciones presidenciales del 30 de mayo. Si no ocurrió nada raro, tendremos segunda vuelta el 20 de junio. Digo, si no aparecen pueblos con más del 80% de la votación por un solo candidato y cosas por el estilo que, a pesar de todas las alertas, pueden seguir pasando. Y si las encuestas no se equivocaron gravemente -que también sucede a veces- los protagonistas de las próximas semanas serán Juan Manuel Santos y Antanas Mockus.
Estas elecciones le han dado un lustre significativo a Colombia. El carácter democrático de nuestro régimen político recorre los principales medios de comunicación del mundo y la presentación de un abanico respetable y variado de candidatos, así como la emergencia de una alternativa cierta y la perspectiva de un resultado incierto en la contienda, son hechos vistos como admirables por la opinión internacional.
La campaña también ha demostrado que Colombia ocupa un lugar cada vez más importante en el mundo. Distintos gobiernos, empezando con el de Estados Unidos y terminando con el de Venezuela, intervienen, con diferencia de estilos, en las deliberaciones domésticas. Notables científicos sociales de talla mundial se pronuncian a favor de un candidato, mientras grupos de intereses en el exterior también hacen lo suyo.
En términos generales, la campaña ha sido ejemplar respecto a las tres décadas pasadas. Muy bajos niveles de violencia, debidos a la pequeña capacidad militar de la guerrilla y la acción eficaz del Estado; moderación en el lenguaje de los candidatos, con algunas salidas de tono normales. El lunar más grande -como lo hizo notar un editorial de este diario- ha sido la intervención ocasional pero evidente del Presidente de la República, acompañada por un manoseo indecoroso de los servicios públicos desde el Sena, por ejemplo.
Como enfoquen los partidos, los formadores de opinión y los medios de comunicación la continuación de la campaña electoral puede determinar seriamente el ambiente poselectoral y la actitud de los ciudadanos frente al próximo gobierno. La creación de un ambiente apocalíptico que haga suponer que el país se desbarata si gana cualquiera de los dos candidatos, es una de las maneras de garantizar que empecemos muy mal el próximo cuatrienio.
Si los partidos perdedores en la primera vuelta se bloquean y sus jefes son incapaces de tener un papel activo para formar alianzas alrededor de alguna de las dos opciones -que bien distintas son- le harán el juego a la depredación interna por parte de estrategas inescrupulosos. Además perderán la posibilidad de ayudar a que los ciudadanos identifiquen el proyecto más conveniente para el país en términos de orientación y ya no de la minucia programática o particularista.
Una escalada de acciones de propaganda negra dejará la impresión de que se jugó sucio en el proceso electoral. Las elecciones presidenciales cumplen la función de renovar los consensos sobre las reglas de juego y la confianza en las instituciones.
La propaganda negra y la intervención gubernamental en el proceso, atentan contra el fortalecimiento de esa confianza y perjudican gravemente los intereses nacionales y el capital social del país.