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Hace un año, Hernando Bohórquez recorría los cruciales linderos que separan a la vida de la muerte.
Tres puñaladas que le dieron por la espalda casi que lo ponen por fuera de lo que él ama con encedida pasión: el ciclismo.
Los tragos de alguien que festejaba en los jolgorios de Úmbita, en Boyacá, por poco terminan en una tragedia, esa que tocó a las puerta de un muchacho de 19 años, en ese entonces, quien sólo sabía de disfrutar con sus amigos, ir al colegio y dar pedal.
Esa noche, recuerda Hernando, sonaba duro la música. Era el momento de escaparle por un rato al ciclismo, ya que pasado ese diciembre lo que vendría era pura bicicleta.
“Yo no sé por qué esa persona obró de esa forma. Quizás le molestó que yo fuera de risas con un amigo. Yo ni si quiera lo distinguía”, echa a rodar atrás en su máquina de pensamientos el longilíneo corredor boyacense.
El tema ya no lo asalta como antes, pero el mes que pasó en el hospital aún lo recuerda como el peor “pinchazo” de su vida. Ese pulmón perforado bien le pudo haber costado la existencia y ponerles fin a los sueños que tiene, hoy, por fortuna, más vigentes que nunca.
Hernando pagó con alto sacrificio la intolerancia de un país que se resiste a la violencia y a esta clase de episodios. Por fortuna salió bien del trance y el destino lo puso en estas ordenadas carreteras de Holanda para abrir las compuertas de la ilusión.
Para su dicha, está recuperado y con mucha polenta, esa que mostró en la Vuelta de la Juventud, cuando dio la voz de alerta en la contrarreloj. La gente del pedal daba fijo al paisa Kevin Ríos , pero los 1.75 de Bohórquez fueron los que brillaron en todo lo alto del podio.
“Si vine a Holanda, es para hacer un puesto dentro de los diez primeros de la contrarreloj y de la ruta individual. Siempre hay que ser ambicioso, para poder hacer algo”, refuerza el umbiteño que es apoyado por el excampeón de la Vuelta a Colombia, José Joaquín Castelblanco, y Carlos Ossa , su patrocinador.
Hoy, Hernando goza de cabal salud. Y para más dicha le ganó la partida a la muerte, esa que por manos asesinas por poco se lo lleva.