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Es justificable el escepticismo con que muchos ciudadanos observamos el devenir político y los preámbulos y antesalas de un proyecto de reforma que va a presentarse al Congreso. No hay temas de fondo. La eliminación del articulito de la reelección, de la circunscripción nacional para Senado y otros asuntos de forma no resuelven la cuestión de fondo, que ocasiona el descrédito y la pérdida de confiabilidad de gran parte de la clase política.
Hace tiempos, en los años en que empezábamos a alcanzar la mayoría de edad, es decir la autonomía para decidir, la política nos parecía un elevado y respetable ejercicio intelectual. No pocos políticos eran admirables por la consistencia y el poder de convicción de sus argumentos. Claro que a lo largo de la historia siempre se han combinado en cierto modo todas las formas de lucha, porque nunca han sido extraños el clientelismo, el tráfico de influencias y la dialéctica del tamal y el sánduche, pero al menos se valoraban unos criterios filosóficos e ideológicos primordiales, se trabajaba por un proyecto de país, se elaboraban discursos que nos ponían a pensar y, así hubiera polarización de tendencias, los debates parlamentarios influían en las conversaciones de la vida ciudadana.
Todos los tratadistas antiguos y modernos del realismo nos han alertado acerca de las virtudes y los defectos de la máquina milenaria e infernal de la política, desde Tucídides, San Agustín, Maquiavelo, Hobbes, hasta Morgenthau. Gracias a ellos hemos distinguido entre las alturas de la teoría y los abismos de la práctica y entre las grandezas y las miserias de la condición humana envuelta en la política. Pero tal vez nunca antes, como ahora, al arte de la máxima expresión de los intereses públicos le habían ganado tanto espacio la malicia, la astucia, la picardía, los hackers y la mala fe. Tal parece que los peores hábitos han pasado a constituir la representación verdadera de lo que es la política, despojada de contenidos éticos y degradada al submundo salvaje del hombre como lobo para el hombre.
No es predecible hasta cuándo porfiarán tantos políticos en el engaño de reducir su profesión capital a la condición de oficio envilecido y degradante, como se percibe entre muchísimos ciudadanos. Se afirmaba hace años que la clase política de nuestro país era la más inteligente de América Latina.
De tal fama sólo quedan vestigios. ¿Cómo van a convencerse los jóvenes de que la política es esencial en una sociedad y sin ella, sin el impulso de ideas-fuerza (porque predominan las ambiciones particulares de los grupos de presión y de tenebrosos negociantes del inframundo), es imposible, por ejemplo, alcanzar el bienestar con equidad y la realización de la libertad y la seguridad razonables?.