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HISTÓRICO
Darío le canta a su vecindad, la Estación Villa
  • Darío le canta a su vecindad, la Estación Villa | Fotografías de su infancia y de su barrio, lo mismo que mapas, complementan este libro de relatos urbanos. FOTO JAIME PÉREZ
    Darío le canta a su vecindad, la Estación Villa | Fotografías de su infancia y de su barrio, lo mismo que mapas, complementan este libro de relatos urbanos. FOTO JAIME PÉREZ
POR JOHN SALDARRIAGA | Publicado

Recuerde, señora, que la vulgaridad es la poesía del pueblo, dijo una vez el Flaco Yepes, un mecánico de la Estación Villa, el populoso barrio de Medellín que ya no tiene estación.

Esta cita, que jamás se ha ido de la mente del escritor Darío Ruiz Gómez, fue la respuesta del personaje, desde lo hondo de una borrachera demencial, a una vecina del barrio cuando ella le reclamó por la retahila de "vulgaridades" que él profería.

Ese mismo hombre solía irrumpir en los bares diciendo: recuerden que la vida es bella, el verraco es uno.

Darío Ruiz Gómez creció con el barrio Estación Villa. Ese que está situado entre la Avenida de Greiff y la calle Barranquilla, esa que pasa al lado de la Universidad de Antioquia.

Un barrio trabajador, que siempre ha estado colmado de talleres de mecánica.

Y esa vida de vecinos, mezcla de clase media con familias humildes que, al decir del autor, se relacionaban con absoluta naturalidad, es la que queda pintada en el libro Cuentos de la Estación Villa, que acaba de publicar Sílaba Editores, en su colección Letras Vivas de Medellín.

Estos cuentos son autobiográficos, indica Darío. Por eso puede decirse que son ficciones; por tanto puede decirse que son reales.

La solidaridad es un valor que destaca de aquellos tiempos. Bastaba con que llegara una nueva familia, para que al día siguiente acudieran los vecinos a saludarla y a ofrecerle su colaboración.

Como barrio lleno de autenticidad, en Estación Villa le tenían tal confianza al idioma tal, que sus habitantes, especialmente los adolescentes, volteaban las palabras al revés, las retorcían a su antojo y a sus necesidades.

Démonos el aviancazo, decían los muchachos, por invitar a la huida, cuando el baile estaba muy tedioso.

Y, por cierto, el baile era un imperativo social. Uno de los atributos del habitante de Estación Villa era la de ser un bailador.

Esas historias de vecindad están consignadas en este volumen, en el que, por supuesto, también se observa la decadencia barrial, el desdibujo de ese mundo mágico, o que se hace mágico en el imaginario de sus habitantes.

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