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Las segundas piernas de Diego Mauricio caminan en el alma generosa de su padre Jesús Antonio. Así ha sido desde hace siete años, cuando "el niño de la casa" perdió ambas extremidades, al ser víctima de una balacera a la vuelta de su casa, cuando el muchacho hacía ejercicio.
Es como si la existencia, además de Dios, los haya vuelto casi como uno solo. Porque para donde va uno, siempre va el otro.
Antes fue por medio de una silla de ruedas, esa que le sirvió a Diego Mauricio para regresar a la universidad, donde después de notables esfuerzos pudo culminar sus estudios de arquitectura.
En ese día a día que han vivido desde cuando se presentó la tragedia a las puerta de su casa, los dos formaron un equipo de trabajo, que incluso el martes fue premiado en la Universidad Nacional, con un cartón, para el hijo, y un reconocimiento para ese dicharachero papá que goza con las hazañas del muchacho de 29 años que también hizo una especialización en accesibilidad en la Universidad de Granada, en España.
La pareja se ha convertido en inseparable desde ese 19 de abril de 2004, cuando las balas que no eran para él, obligaron a que diez meses después le fueran amputadas ambas piernas.
La dupleta conoció mucho más del otro en todos estos años de unos ires y venires, que incluso los llevaron hasta los predios universitarios, donde con sus esfuerzos demostraron la necesidad de acoger las normas para discapacitados en diferentes campos de la vida.
Comparten de todo: las charlas, la música, el estudio, incluso las trovas que son su fuerte; la comida y los paseos por Medellín, en los que Jesús Antonio Echeverri le contaba de cómo era el viejo teatro Junín y de lo hermoso que era el río Medellín.
Un par de amigos que cursaron prácticamente juntos la Arquitectura que le brindará el sustento a Diego Mauricio y a la que Jesús Antonio llena de satisfacción, como esa del pasado martes cuando contaron en el acto de grado en la U de la vida de ambos, con una frase de Rousseau: "Un padre vale por cien maestros" y un remate que a cualquier inflama de orgullo y emoción: "Diego nos deja lecciones de vida y don Antonio nos deja lecciones de padres".
Claro que han llorado en estos años de vicisitudes y angustias, pero también han gozado de la dicha de haber podido conseguir, así fuera por la vía de la tutela el par de prótesis que a Diego Mauricio le dan un aire de Transformer y que valieron 54 millones de pesos, que hoy le permiten caminar con la ayuda de una pequeña muleta.
Ni el ser recalcitrante hincha del Nacional, como es el hijo, le ha valido disgusto alguno ante el padre que es un furibundo hincha del DIM. El fútbol los hermana y los hace cada vez más amigos, como cuando Jesús Antonio realiza el ritual de cada partido, para colgar al frente de su casa, en Itagüí, la bandera del Atlético Nacional. Incluso permitió que el muchacho cumpliera con el deseo de pintar la fachada de su casa con dos tonos verdes.
"Yo amo al verde. Cuando entro por la puerta 40 del Atanasio Girardot soy un hombre feliz. Antes lo hice en una silla de ruedas, desde las que les regalé dos estrellas a los jugadores del Nacional en el 2007. Una se le entregué al Viejo Patiño y la otra la vi en una portada de EL COLOMBIANO en manos del técnico Óscar Héctor Quintabani", recuerda el arquitecto que no tiene tantas estrellas como el cuadro de sus amores, pero sí una tan fulgurante, como su padre Jesús Antonio.