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Pip está echado, fresco, con la lengua afuera y con las barbas cafés de un lado para el otro por la brisa que cae por momentos en La Estrella, la misma que también alborota los crespos de Alegría.
Los ojos de los dos son cafés y los dos también muestran los dientes, porque parece que, en algún lenguaje propio, se estuvieran diciendo algo que les da risa.
A José Daniel le dicen Alegría. Pip se llama así para hacerle un homenaje al nombre de la fundación. Son amigos, se conocen hace más de un año, por eso el pastor bernés ni se inmuta cuando los pies del niño se le meten por el pelaje.
"A la cuenta de tres voy a levantar a Alegría", avisa José Absalón Orozco Serna. Gracias a un movimiento rápido ya está arriba, en el lomo del perro. Luego se paran coordinados y, en puntas, José Daniel da unos pasos sosteniéndose en su compañero de sesión.
"Hágale, que usted es capaz", lo anima la mamá, Eliana Patricia. "Ya sostiene la cabeza, tiene más fuerza física e intenta sentarse y hablar", cuenta la mujer que lo lleva los jueves a las 12:30 m., desde Manrique hasta el Centro Ecuestre El Juncal, en predios de La Estrella.
Tiene parálisis cerebral y desde que una amiga le habló de la dogoterapia lo inscribió. "Aquí fue que le pusieron Alegría y es que él es eso. Su nombre lo delata, es risa con todos".
Los labradores Lorenzo e Ito esperan debajo de un árbol a que organicen todo para un paseo con otra de las niñas. Al primero, después, le tocará con Simón, también con parálisis. Los dos monitos harán pareja.
José Absalón, sicólogo que estudió sobre este programa dos años en Argentina, narra que la Fundación de Educación Especial Programa Integral de Potencialización P.I.P, lleva cuatro años en Antioquia haciendo terapias asistidas con animales.
Son gratuitas y se orientan a niños y ancianos que sufren diferentes patologías.
Acaricia a Pip, que se toma un descanso, y comenta que hay médicos, sicólogos, licenciados en educación física, sicoterapeutas y otros especialistas que conforman un equipo de 14. "Todos tenemos mucho afecto hacia los niños y una vocación de entrega hacia ellos".
Hay siete perros, dos de ellos cachorros, entrenados especialmente para esta labor. Cumplen con unas características especiales, son tranquilos, pacientes y cariñosos.
Simón y Lorenzo comparten los primeros minutos de estimulación, como la denominan, senso-perceptiva. Patricia Cifuentes que lo ha llevado a estimulación temprana, hidroterapia y a todo lo que le digan que es bueno para su hijo, se enteró de este trabajo por internet.
Sale desde la vereda Travesías La Cumbre de San Cristóbal, pero no importa lo largo del camino, porque, aunque "ha estado poco, se le nota la mejoría".
Besos babosos
A José Daniel, expresa José Absalón, algunos médicos le pronosticaron que nunca iba a caminar y ahora da entre 15 y 20 pasos, además, puede estar en posición de gateo.
Se escuchan unas notas musicales que niños y voluntarios les sacan a algunos instrumentos. Esperan para seguir con equinoterapia.
Sandrito, mejor conocido como Ito, está listo para Andrés Felipe, que hace tres años va a dogoterapia y que padece síndrome de Seckel, una enfermedad congénita, caracterizada por retraso del crecimiento intrauterino.
Pipe lo acaricia con cariño y se le acerca. Ito saca su lengua y le da un beso baboso. En su jugueteo se quedan un buen rato.
En la Fundación atienden 22 niños, entre ellos José Luis con síndrome de down. Dos horas y veinte minutos se demora su mamá Yuliana Molina para llegar a La Estrella, pues vive en la vereda San Juan de Copacabana.
Todo lo que hace por él, expresa, vale la pena. "Una terapeuta me decía que no iba a caminar hasta después de los tres años y que no iba a decir mamá hasta después de los cuatro. Ella limitaba al niño, pero yo le demostré que en menos de la mitad del tiempo él podía hacer todas las cosas".
José Absalón confirma que estas terapias alternativas dan ejemplo de que todavía hay mucho por hacer.
Las madres coinciden en que son los abrazos, la calidez y el amor los que obran los mayores milagros. El cariño llega de parte de todos, de los perros, los especialistas y voluntarios. La conexión se siente.
Eliana Patricia, que sostiene a José Daniel, no deja de repetir que se volvió más sociable y más animado. "Antes era reacio a que lo cargaran, ahora se lo pueden robar", se ríe mientras lo estrecha con sus brazos.
Como los niños están en otras actividades, Ito, Pip y Lorenzo se sientan otra vez debajo del árbol. Pasadas las dos de la tarde, cumplieron su labor, jugaron, caminaron, apapacharon y besaron.
Todos quedaron llenos de caricias. Y Alegría... es alegría, "su nombre lo delata".