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El Presidente de Estados Unidos, Barack Obama , se acerca cada vez más a ser el gran reformador de las políticas públicas que hasta ahora, y no por pocas décadas, han marcado el norte desde Washington.
La reforma al sistema de salud, el reversazo a la política militarista y de intervención en buena parte del mundo y la modernización fiscal y tributaria que está proponiendo para salir del atolladero presupuestal, son algunas de las cartas jugadas por Obama, pero no las únicas.
La última tiene trascendentales implicaciones, no sólo para los estadounidenses, sino para el resto del Continente: el cambio en la política antidrogas.
El Plan Nacional sobre Drogas que se acaba de aprobar en Washington es el giro más radical que se haya dado en los últimos 40 años en Estados Unidos y supone un nuevo enfoque en la lucha contra el narcotráfico.
Por primera vez desde 1971, durante la administración de Richard Nixon , Estados Unidos convierte en objetivo central el tratamiento y la prevención de la drogadicción como una enfermedad, y pone en segundo plano la detención y condena de los consumidores.
El cambio de doctrina, sin duda, es un espaldarazo a las propuestas de algunos líderes de la región, entre ellos el expresidente Álvaro Uribe , que están en contra de la despenalización de las drogas.
Y, de paso, una respuesta contundente a quienes pretenden la legalización y descriminalización de sustancias alucinógenas, con el argumento de que la lucha antidrogas ha fracasado y, peor, ha llevado al incremento del consumo y las fortunas ilícitas de los narcos.
La nueva estrategia de la Casa Blanca culmina un proceso de análisis desde 2009, cuando Obama tomó posesión como Presidente, pero no desmonta la persecución contra los capos de las drogas ni la cooperación internacional en esa materia.
Es decir, pone en el centro de las prioridades al adicto y a sus familias, sin renunciar al castigo y sometimiento de los grandes contrabandistas de narcóticos, lavadores de activos, traficantes de armas y de personas, así como el mercado negro de precursores químicos.
La noticia del giro de 180 grados en la política antidrogas de Estados Unidos está lejos de ser una respuesta en caliente a las múltiples discusiones que se dieron en la reciente Cumbre de Cartagena, pero sí obedece a un plan estratégico del gobierno estadounidense en materia fiscal, de seguridad, sanitaria y social.
Las cifras reveladas por la Casa Blanca son contundentes: la inversión en tratamientos médicos y de asistencia a los adictos alcanza los 31.000 millones de dólares en los últimos tres años, mientras los recursos destinados a operaciones policiales antinarcóticos llegaron a 27.000 millones de dólares.
El mensaje del Presidente Obama lo dice todo: "Nuestra nación aún se enfrenta a graves desafíos relacionados con las drogas, demasiados estadounidenses necesitan tratamiento por adicción a sustancias sicoactivas, pero no lo reciben. Décadas de estudios científicos demuestran que la farmacodependencia no es un fallo moral de quienes la sufren, sino una enfermedad mental que puede tratarse y prevenirse".
La histórica decisión de Estados Unidos traerá profundos cambios en los sistemas penales y penitenciarios, pero la gran oportunidad debe irradiarse al resto del Continente. No para seguir diciendo que la lucha contra los narcos fracasó, sino que hemos dado un paso al frente para derrotarlos.