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HISTÓRICO
El hombre araña: Cuando el cine joven se hace viejo
Por Oswaldo Osorio, comunicado social, historiador y crítico de cine | Publicado
Cuando Hollywood hace una película como El sorprendente hombre araña no está pensando en cine sino en un producto. Y no necesariamente lo digo con el resentimiento del cinéfilo que únicamente esperaría obras de gran valor artístico, lo digo solo constatando un hecho, tan inevitable como necesario, pero que efectivamente tiene unas cuestionables implicaciones para ese equilibrio entre arte e industria que define al cine.

Y es que con esta película ocurrió algo muy particular (que seguramente se convertirá en una práctica habitual), y es que de una saga relativamente reciente (2002, 2004 y 2007), en lugar de realizar una cuarta entrega, optaron por volverla a empezar, es decir, hacer un remake de la película del 2002. Aunque los productores aducen haber tenido inconvenientes con Sam Reimi, el director de las tres entregas, las razones parecen ser mucho más simples.

Para proponer las posibles razones, antes hay que tener en cuenta que la industria del cine sabe muy bien que quienes más consumen películas es el público entre 14 y 25 años. También son los que comen más crispetas, porque hay que recordar que la mayor ganancia de las salas de cine está en confitería y no tanto en la boletería. Por lo tanto, un Hombre araña de hace diez años ya se estaba haciendo "viejo" para este rango de público.

De manera que un Tobey Maguire (el  protagonista anterior) casi cuarentón y hace mucho por fuera del colegio, no iba a ser tan atractivo para este nuevo grueso de espectadores y sería más difícil que se identificaran con él. Porque, como se sabe, el probado éxito de este superhéroe, desde que se publicó el cómic por primera vez en 1962, es ser un introvertido e inseguro adolescente que aún estudia en secundaria.

Entonces esos espectadores que hace una década no habían nacido o tenían menos de siete años, seguramente son la razón por la que se volvió a empezar la historia, la cual los acompañará con sus dos o tres entregas más en su proceso de crecimiento como grandes consumidores de cine.
Aunque el problema no es tanto volver a empezar, pues ya esto había ocurrido con el Batman de Christopher Nolan y se mejoró la saga. El problema es cuando este nuevo inicio hace una mala copia del anterior, cuando en lugar de una película de uno de los superhéroes más populares del cine (2.500 millones de espectadores), parece que estamos viendo un melodrama juvenil cargado de chistes fáciles, giros forzados del guión y un villano que le da muy poca intensidad al conflicto.

El cine es una industria, claro, y mucho más cuando toda su maquinaria se pone en función de las millonarias ganancias que le dan las películas de superhéroes, pero también es cierto que hay estrategias, como la que se aplicó con esta cinta, que convierten a los de esta industria en negociantes de bienes comunes, olvidando que el cine tiene todas las posibilidades de ser, al mismo tiempo, tanto un producto altamente rentable como una expresión artística y cultural de calidad.
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