El problema de la contaminación ambiental en Medellín es viejo, notorio y grave. No era necesario pasar todos los días entre la nube roja de Simesa y la nube blanca de Argos, ni mirar con atención en las tardes de verano una rara línea sepia sobre el horizonte, para saber que teníamos entre manos un problema creciente y sin atención de ningún tipo. Hoy no se necesita detenerse en el paisaje: pásense un pañuelo por la frente o mírense los ojos en el espejo para que vean las huellas de la mugre en la que vivimos.
Y cada día es más grave. Los expertos aseguran que en los últimos años algunos de los principales contaminantes han triplicado su presencia en la atmósfera del Valle de Aburrá. Medellín excede 3,5 veces el límite permisible de material particulado aceptable según la Organización Mundial de la Salud. Con exceso duplica la contaminación de Bogotá por este concepto (96 contra 40). Y téngase en cuenta que hemos dejado de ser la ciudad industrial de Colombia, que hace varias décadas es la capital.
Estos términos técnicos ayudan poco. "Microgramos", "límites permisibles", "dióxido de azufre" son términos prácticamente esotéricos para el ciudadano común. La irritación en las mucosas de ojos y nariz y aquella tosesita permanente parecen molestias ridículas si uno plantea esto en términos de política pública. Otra cosa diferente es percatarse de que más de la mitad de las enfermedades que sufrimos los habitantes de esta región son respiratorias y si calculamos cuál es el costo social de las incapacidades y la atención a estas patologías.
Pero los síntomas son más graves. En 2007 murieron en Medellín 39 niños menores de 5 años por causa de enfermedades respiratorias (bajó en 7 para el 2008). O sea el doble que en el 2005. O sea cuatro veces más que el número de menores de 14 años asesinados el mismo año. Mata más niños el aire que las balas. ¿Por qué este asunto no se debate públicamente? ¿Por qué no es un tema político? Porque creemos que la mala calidad del aire que respiramos es una fatalidad o un fenómeno natural. Pero no es cierto. El mal aire proviene del consumo de gasolina y de diesel, del alto crecimiento de proyectos de construcción y de la industria.
Estamos abocados a enfrentar varios problemas cruciales en esta ciudad. El control de la calidad de los combustibles que Ecopetrol suministra para los vehículos, la implantación seria y radical de la chatarrización de los vehículos viejos más contaminantes y mal mantenidos, el control impositivo contra los vehículos de alto cilindraje, el incremento de los requisitos para las licencias de construcción en proyectos medianos y grandes. Por último nos resta un debate con las plañideras que atacan desgarradas el día sin carro y el pico y placa. Será bueno verlos en público defendiendo sus negocios y su comodidad a expensas de la vida de nuestros niños.