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Los balances del 2011 dejan entrever que este año puede ser muy importante desde una perspectiva histórica. La razón no es otra que la crisis múltiple del Occidente industrializado y del principal espacio vecinal de la vieja y cansada Europa, esto es, el mundo árabe.
Los analistas se remontan hasta 1848 para encontrar una crisis social parecida; ante la ineficiencia política para buscar soluciones en Europa y Estados Unidos ha vuelto a emerger la comparación con la crisis económica de 1929; el mundo árabe sufre su primera oleada de rebeliones desde la descolonización.
Ha sido curioso -y hasta un poco dichoso en ese rinconcillo sádico que todos tenemos- escuchar a los visitantes europeos hablar con humildad. Hace poco hablé con un insigne historiador francés que me decía: "Europa no tiene nada que decirles", "mírense a ustedes mismos", "atiendan a los brasileños", "es su hora". Aunque uno mira el entorno y, fuera de Brasil y Chile, no encuentra muchas razones para felicitarse.
En el caso colombiano nuestro único hito ha sido quebrarles el espinazo a la guerrilla y los paramilitares. Por lo demás, me parece que estamos viviendo en una burbuja llena de una autocomplacencia que no tiene justificación.
Decenas de pueblos llevan más de un año inundados; la crisis de la salud se pasmó, pero nos sigue amenazando mientras no se toque la intermediación dañina de las EPS; el país sigue viendo cómo sus pocas y precarias carreteras se desbaratan; varias capitales han visto colapsar sus sistemas de acueducto, fruto de la acumulación de malas administraciones; Bogotá vive la peor crisis del último medio siglo, entre los desmanes de sus gobernantes, la revancha del río y la indiferencia de sus ciudadanos.
Mientras tanto el gobierno del Presidente Santos ha mostrado su incapacidad demasiado pronto. La Unidad Nacional no ha servido para legislar. Las iniciativas gubernamentales en el Congreso han fracasado con estrépito como en los casos de la justicia y la educación, o han terminado en partos de montes como en el tema de regalías. Hasta ahora la Unidad Nacional sólo ha servido para anular cualquier oposición partidista y para repartir los puestos entre los hijos de la vieja clase política liberal y de las familias poderosas del Valle y de Bogotá.
El Presidente vive en una luna de miel con la gran prensa y se sienta a escuchar los "sabios" consejos del principal banquero del país, mientras retrocede intimidado ante la primera movilización de camioneros, estudiantes o alcaldes de zonas petroleras. Después los áulicos hablan de la prudente capacidad de retroceder, pero lo que resulta más evidente es la improvisación, pues si se ha de consultar o concertar es antes y no después.
Si el 2011 cumple con la expectativa de ser mojón de partida de un remezón en las estructuras del occidente capitalista y mal liberalizado en las últimas dos décadas, América Latina no pasará indemne en los próximos dos o tres años. Y si Colombia no hace la tarea, escudada en los beneficios de corto plazo de un crecimiento económico con un punto más y un secretariado de las Farc con un jefe menos, sufrirá.