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HISTÓRICO
EL DEBATE POLÍTICO MERECE RESPETO
  • EL DEBATE POLÍTICO MERECE RESPETO
Por EL COLOMBIANO | Publicado

Inaceptable. Esa es la mejor palabra para catalogar el decepcionante nivel que se está llevando en el tono de la discusión política en el país.

Gobernantes y candidatos a dirigentes deben tener una conversación con la sociedad expresando sus ideas de una manera clara, argumentada y consistente, de tal manera que sus propuestas se puedan entender, evaluar, contrastar y elegir de manera inteligente.

La pasión no reemplaza a la razón. La agresividad y la falta de respeto simplemente debilitan la sustentación de las propuestas. El comportamiento reciente de algunos líderes políticos no solo da pena, abre la puerta para cuestionar su nivel de compromiso, generosidad y madurez.

Los debates deben ser parte bienvenida en la construcción colectiva del futuro del país. Si cada pueblo tiene los gobernantes que se merece, Colombia requiere un foro más digno por aquellos quienes hoy dirigen y los que desean dirigir el timón político, social y económico. Por otro lado, los electores debemos exigir que se nos respete con una conversación con señorío. El diálogo entre las ideas opuestas es necesario, importante y refleja conocimiento, madurez intelectual y política. ¿Será imposible que tengamos eso? ¿Desde cuándo temas como la paz, la institucionalidad, la seguridad, el ejército, las víctimas -entre otros-, se convirtieron en piezas de juegos políticos y no en temas de trabajo y propuestas? Es difícil creer que alguien ama el país cuando fomenta su inestabilidad.

Todo aquel en el gobierno y con aspiraciones políticas debe mostrar su generosidad ante el bien del país y su serenidad para asumir la complejidad histórica y presente de Colombia. La vulgaridad es un mecanismo pobre y fácil para atraer atención rápida, pero es un ruido infértil porque lo único que puede reflejar es la pobreza de su autor.

Es una fortuna que cada vez más la gente conversa y compara, tanto en tertulias como en redes, porque esa dinámica ayuda a poner en evidencia los comportamientos inadecuados de sus protagonistas y a dimensionar la indignación de una sociedad que, cada vez, es más refinada porque exige, y debe exigir, respeto hacia ella misma.

Si la grosería entonces no es aceptable ni como estrategia en el ejercicio del poder o mecanismo de acceso a él, ni como generador de "rating", tampoco es aceptable como ejemplo para la comunidad.

Quienes ejercen y pretenden cargos públicos deben ser un modelo para seguir, inspiración para la juventud y un orgullo para la sociedad en general. A ellos se les debe exigir muestras de institucionalidad y señorío, porque ser un líder en Colombia debe ser un honor... Es un honor. ¿No es pues nuestro país un motivo de amor común? Que se note entonces. Si no se cambia este comportamiento, difícilmente seduciremos a la juventud para que transforme su hastío hacia la política por un compromiso con el país. No pueden entonces quienes hoy se autoconsideran en capacidad de asumir la responsabilidad moral de liderar desde el ejercicio político, continuar con esta actitud que abre puertas a la ingobernabilidad y demora la ejecución de metas nobles.

Es conveniente, y hasta imprescindible, bajar el tono, esta etapa electoral apenas comienza, y la polarización del país por un debate político sin altura está dejando mucho qué desear y puede tener consecuencias lamentables para la democracia si sus protagonistas no miden la dimensión de sus palabras.

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