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Si el destino no quisiera algo importante para Néstor Rogelio Róbinson Vallejo, lo hubiera dejado morir en aquel helicóptero ametrallado, cuando era apenas un teniente del Ejército Nacional.
Corría el año 1986 y el militar, adscrito al batallón Liborio Mejía, despegaba en el municipio de El Doncello, Caquetá. El pueblo estaba rodeado por la guerrilla y, de repente, se desató una tormenta de plomo.
La artillería de fusil y ametralladora formó agujeros en el casco y la aeronave perdió estabilidad. Un proyectil pasó cerca de la cabeza del oficial y se incrustó en el techo. Él se sintió absolutamente indefenso y comenzó a rezar.
El ángel fue el piloto, que ejecutando maniobras de emergencia sacó el aparato y a sus ocupantes de ese infierno.
Veintisiete años después, Róbinson es brigadier general y está al mando de la Cuarta Brigada, liderando a 11.018 uniformados, responsables de la seguridad en 90 municipios de Antioquia y uno de Chocó, con 25.925 km2 de jurisdicción y una población civil de 4,5 millones.
Ajustó un mes y medio al frente de la unidad militar, siendo su comandante número 68.
Nos recibe en su oficina del comando, en el barrio Los Colores de Medellín. Sonríe y es generoso, aunque en el fondo está de luto por la reciente muerte de un soldado en una trampa explosiva de las Farc, en Yarumal (04/12/13).
Cuando habla de asuntos de la guerra engrosa la voz y frunce el ceño, pero lo desarma recordar la infancia y la familia. Es entonces cuando ríe, con la misma expresión que lo hacía de niño, según las fotos de esa época.
¿Qué impresión tiene de Antioquia en el primer mes al frente de la Brigada?
“Una impresión grata, las personas son cordiales, denotan un apoyo irrestricto a las autoridades. Eso marca una diferencia enorme con otras regiones, en las que uno ve distanciamiento entre autoridades administrativas y militares. Aquí las autoridades tienen integrados sus esfuerzos para lograr sinergia entre civiles y Fuerza Pública”.
¿Cuáles son sus desafíos en esta región?
“Terminar de consolidar aquellas áreas en las cuales hay inestabilidad en el orden público, particularmente en el Norte y el Suroeste, donde hay reductos del frente 36 y 34 de las Farc. Y en el centro del departamento, donde hay presencia activa de bandas criminales”.
“Los Urabeños” tienen sus pilares en Antioquia, y pese al esfuerzo de las autoridades, no han frenado su expansión. ¿Cuál sería su estrategia?
“Los Urabeños son un enorme desafío para el Estado, no solo para el Ejército. Es una organización multidimensional, con gran capacidad de adaptación. Después de la desmovilización, esta banda persistió en sus intenciones para seguir nutriéndose del narcotráfico y el desafío es articular a todas las agencias del Estado para atacar este fenómeno de manera integral, especialmente en lo judicial”.
En la última década pasaron siete comandantes por la brigada, pero la cúpula de los frentes guerrilleros sigue igual: “Ánderson”, “Pedro Baracutado”, “Becerro”, “Manteco”, “Román Ruiz”. ¿Cuál será su elemento diferenciador, para que no pase usted por acá y ellos sigan ahí, perpetuándose en el poder?
“El aporte mío será generar una dinámica que permita tener una respuesta eficaz ante esas estructuras. Plantear la filosofía de la guerra arrasada o el exterminio total del oponente es imposible, de tal manera que voy a generar una presión militar permanente contra ellos, abocando que muchos de sus integrantes opten por la desmovilización. Estos frentes persisten, pero si observamos la historia, eran voluminosos, con gran capacidad armada, y ya están reducidos a un espacio geográfico limitado”.
Según estudios académicos y de ONG, en un escenario de desmovilización, los frentes de Antioquia seguirían delinquiendo por toda la plata que tienen. ¿Comparte la teoría?
“Anticiparnos a eso sería generarle al proceso de paz un ambiente de desconfianza, tenemos que pensar que las Farc son una estructura, como ellos mismos lo manifiestan, con una dirección monolítica y que todos se van a acoger a lo que el Gobierno ofrece, pero no es descartable esa posibilidad de que algunas estructuras permanezcan en su condición de terrorismo, y pues ya su estatus cambiaría”.
Las Farc anunciaron un cese unilateral del fuego para esta época. ¿Les cree?
“Lo tomamos como siempre hemos percibido a las Farc: con enorme desconfianza. Ellos han manifestado en mesas de negociación desear la paz, pero sus acciones son contra la población civil. Eventos como el de Inzá, Cauca (9 muertos por cilindrosbomba), no ayudan a generar un ambiente de confianza para el proceso”.
Róbinson nació el 13 de octubre de 1964, en Bucaramanga. Estudió en un colegio jesuita y sus primeros años los pasó en el barrio San Pedro Claver. Con sus tres hermanos se raspó las rodillas montando en patines de cuatro ruedas y bicicletas, y presume que era “letal” en el juego del trompo.
Alos 15 años ingresó a la academia militar por recomendación de un amigo paisa, a pesar de que no tenía familiares en la Fuerza que lo hubiesen influenciado.
¿Recuerda la cara de su mamá, Alicia Vallejo, cuando le comunicó esa decisión?
“Cuando me fue a dejar a la escuela militar, devastación total, triste, como cualquier madre que tiene que dejar a su hijo adolescente en un instituto militar, pero de respaldo absoluto”.
¿Le dio algún consejo en la puerta de esa escuela?
“Fortaleza y perseverancia, y es un consejo que he aplicado toda la vida y ha resultado”.
¿Cómo está conformada su familia?
“Mi esposa Marcela, ortodoncista de profesión, y Alicia Sofía, una niña de ocho años”.
Y un tipo tan ocupado, ¿cómo conquistó a una ortodoncista, que no tiene nada que ver con la tropa?
“Es un trabajo bien complejo (risas). Usted sabe que en eso la química juega un papel fundamental, el noviazgo fue solo de tres meses, decidimos casarnos y completamos 13 años felices”.
¿Cómo asumen ellos el riesgo de su trabajo?
“Como toda familia militar, con solidaridad y respaldo, pero con mucha incertidumbre ante los desafíos que uno afronta”.
¿Cuánto tiempo libre le queda en la semana?
“Cero tiempo. En la Cuarta Brigada hay que tener una disponibilidad absoluta. Cuando duermo bastante, son apenas cuatro o cinco horas”.
¿Qué hace en vacaciones?
“Me gusta la lectura, el cine, los deportes y compartir con la familia”.
¿Y qué películas?
“Le he ido aprendiendo a mi señora, bajándole a las películas de violencia, y ahora me gusta más el cine europeo, independiente”.
Y de música, ¿qué le gusta?
“La moderna”.
¿Como el reguetón?
“No no no no (risas), la salsa, baladas americanas, el pop, el grupo Enya, esa clase de música new age. También Whitney Houston y Frank Sinatra”.
¿Qué libro lo marcó?
“Uno de Héctor Abad Faciolince, ‘El olvido que seremos’, tiene una dimensiones emocionales muy interesantes para ver desde otra perspectiva el reflejo de la condición humana”.
En 2003, Róbinson comandaba un batallón en los Llanos Orientales y ordenó un puesto de control en Puerto Lleras, Meta, al sur del río Ariari.
Hasta ahí llegó una grúa con un carro encadenado. El remolcador no sabía que el automóvil estaba repleto de explosivos, hasta que todo se volvió fuego, llanto y confusión. Murieron dos soldados y el civil, decenas quedaron heridos y los destrozos fueron incontables.
“Ese hecho me marcó enormemente, porque ponía de manifiesto el fanatismo de las Farc, del Bloque Oriental, que sin contemplación alguna con la población civil, con inocentes, desarrollan esta clase de acciones”, recuerda el general de 33 años de carrera y cientos de batallas.
Según cifras de la Cuarta Brigada, en los últimos seis años han muerto 50 de sus uniformados en el cumplimiento del deber, y 123 quedaron heridos.
¿Cuál ha sido el peor momento de su carrera militar?
“Cuando he tenido que saber de la muerte de mis hombres, que han sido objeto de acciones violentas que nos han tomado por sorpresa, o en combates, y tener que comunicarles a sus familiares la pérdida de esas vidas”.
¿Y qué logro le hace sacar pecho?
“El avance de la percepción de seguridad por parte de la población. Durante ese tiempo en los Llanos, Puerto Lleras era uno de los municipios limítrofes de la zona de distensión, de esos 48 mil kilómetros que el Gobierno determinó cederle a las Farc. Y allí, a pesar de los ataques aleves de las Farc, hubo una manifestación de las poblaciones ribereñas del río Ariari, hacia las tropas, manifestaciones de apoyo grandes, a pesar de estar bajo una amenaza diaria. Y al final de la gestión expresaron que habían cambiado de manera sustancial las condiciones de seguridad del pueblo”.
En un escenario de desmovilización, ¿sería capaz de perdonar a los guerrilleros, después de haber sido testigo directo de lo que han hecho?
“Es un paso que todos tenemos que dar. Si Dios dio ejemplo de perdón a la humanidad y se sacrificó por todos, para nosotros como terrenales ese ejemplo nos sirve para, sin desconocer que se han cometido atrocidades y se ha traído dolor a muchas familias, dar ese paso para que haya una paz perdurable”.