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Si Colombia quiere matricularse en la OCDE a partir del 2016, tiene que cumplir con una serie de requisitos señalados por el representante de la ONU en el transcurso del pasado Foro Urbano Mundial.
Debe hacer ajustes no solo en la gobernabilidad ambiental, en el cuidado de su biodiversidad, sino reestructurar las políticas sociales, fiscales, tributarias, educativas, industriales, agropecuarias para mejorar la redistribución del ingreso y la equidad social. De lo contrario no podríamos codearnos con los países socios de tan exclusivo club del desarrollo.
El proceso de aceptación de la OCDE tiene ineludibles responsabilidades. Los países que pretenden ser socios adquieren el compromiso de enviar permanentes reportes de la operatividad y probidad de sus instituciones. Ignoramos cómo evaluarán en aquella organización lo que en Colombia acontece con ese choque permanente entre algunas desconceptuadas instituciones del Estado con sus altos índices de corrupción e impunidad.
El reto para entrar en la OCDE es serio. Allí se adquieren compromisos insoslayables. No es una organización propiamente como el Alba o la Unasur, cofradía en donde se asientan el subdesarrollo y gobernantes más populistas y aventureros que estadistas. Como lo dice Peter Gruss, presidente de MaxPlanck –el mayor referente de ciencia en el mundo– "los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, tienen altas inversiones en ciencia". Colombia registra presupuestos en este frente tan cicateros que ante ese club del desarrollo aparece como una caricatura. No sabemos cómo enfrentará tanta obligación para recuperar el tiempo perdido.
Tenemos además otras materias perdidas y que se deben recuperar para vincularnos a la OCDE.
A los altos niveles de corrupción e impunidad que nos ponen en conflictos con las calificadoras de transparencias internacionales, se le suma el hecho de rajarnos estrepitosamente en educación y en otros frentes que afectan nuestro comercio internacional, como las deplorables vías de comunicación. Eso de salir de últimos en la prueba Pisa de la OCDE y obtener dos sobre un máximo de cinco en lo referente a la seguridad vial, testimonian frustraciones, riesgos y peligros que nos podrían aplazar la matricula en aquella organización.
Colombia tiene trochas en vez de dobles calzadas que contrastan con las redes eficientes que cubren la geografía de los países de la OCDE. En competitividad estamos estancados. Desde el 2009 no hay avances. Caminamos como tortugas.
También vamos a ver cómo nos juzgan en la OCDE cuando se enteren de que, según la FAO, somos el país, de los cuatro de la Alianza del Pacífico, en donde más ciudadanos sufren hambre. Contamos con los mayores índices de desnutrición y el deshonroso título de no haber logrado cumplir con los objetivos del Desarrollo del Milenio, compromiso que adquirimos en medio de las fanfarrias.
Está bien aspirar a entrar a la OCDE. Y ojalá también al APEC. Es bueno sentirnos ricos y aspirar a salir del subdesarrollo mental y físico. Que miremos que más allá del cerro de Monserrate hay una civilización moderna y próspera. Pero se tienen unos retos internos inaplazables para enfrentar. Si no se hace la tarea bien, quizá nos admiten, pero mirándonos como pobres vergonzantes.