- Figuras del arte, el deporte y la política lo han frecuentado.
- El salón Versalles cumplirá mañana 45 años de servicio.
Por
John Saldarriaga Medellín
No es de caché, pero es muy familiar. Así define Evelio, uno de los meseros del Salón Versalles este sitio de Junín que mañana cumplirá 45 años.
Evelio tiene autoridad para decir lo que dice. 30 años lleva laborando allí.
La mañana del sábado se le veía, como a sus compañeros, manejando con destreza la bandeja de aluminio por encima de las cabezas de tanta gente que colmaba las mesas en busca de desayuno, tal vez con empanada argentina, no, no, más bien tráigame una chilena y jugo de mandarina natural... y a él, café con leche.
El avezado empleado, enfundado en un camisón blanco y un pantalón oscuro, caminaba de prisa y sin sosiego de la cocina al salón, del salón a la cocina. Llegaba al momento con los pocillos vacíos y las cafeteras de aluminio llenas, para servir el humeante líquido bajo la mirada del cliente. Un detalle más de distinción de este establecimiento.
A pesar de que no es el que más tiempo lleva en este sitio de Junín, entre Maracaibo y Caracas, conoce bien a los clientes, que por lo general son asiduos.
De los de antes recuerda, como si hubiera sido apenas ayer que hubiera ido a desayunar por última vez, al ciclista y hombre de radio Julio Arrastía Bricca, el Requetemacanudo, o al entrenador del Nacional Oswaldo Juan Zubeldía.
"Del deporte, puede decirse que venían todos", dice Evelio.
También era común que llegaran artistas como el cantante Armando Moreno. "Eran amigos de don Leo". Se refiere a Leonardo Nieto, el argentino fundador, quien a los 80 años, todavía vive pendiente de su Salón.
Un cuadro de Manuel Mejía Vallejo, en el segundo piso, a Evelio, como a muchos, les hace recordar la figura fortachona del escritor cuando se sentaba de tarde en tarde a la mesa que hay justo al pie del cuadro, a escribir
La casa de las dos palmas. Los tiempos nuevos De los clientes de hoy también puede hablar.
Escritores "de todo tipo", pintores y políticos.
Cuenta que el alcalde Fajardo acude de vez en cuando los domingos por la mañana a tomar café y estarse un rato. Y es que algo que provoca hacer en el Versalles es quedarse a hablar.
De hecho se ven las familias, los amigos, las chicas desayunando sin prisa, disfrutando hasta de la ceremonia de la servida en la propia mesa, de esos olores combinados que emergen de la cocina -sopas, carnes, panadería, frutas, café...- sin que nadie les acose por el sitio.
Muchos solucionan verbalmente los conflictos bélicos del mundo, otros dejan escapar palabras del arte, como "lienzo" o "romanticismo" -"ah, esos son profesores de la universidad"-, que se mezclan de una vez con ese ruido de arroyo de tantas conversaciones disímiles.
Parte del paisaje es Abraxas Aguilar. Uno de los personajes habituales. Se sienta en una mesa de rincón, bajo las escaleras, a escribir sus singulares reflexiones. Casi 50 libros ha escrito este hombre -que antes se llamaba Jorge Betancur- en ese rincón en el que a veces se sienta a mirar con los amigos sus álbumes de imágenes, con las que ha conseguido Récord Guinness de Colages, o a hablar con ellos de sus gatos maliciosos o de la vez en que fue candidato a la Alcaldía.
"Escritores y artistas vienen en semana después de las seis y, por lo general, ocupan mesas del segundo piso, que se abre diariamente a las doce para el servicio de comedor y que luego se deja abierto para uso mixto", explica Evelio, mientras mira -ya tal vez sin verlos, de tanto estar ahí- los murales, de vikingos uno, de indígenas y conquistadores otro, que decoran una de las paredes.
Va a llevarle café a un hombre que apenas sí asoma la cara por entre el periódico desplegado.
Viéndolo descargar los pocillos en una mesa lejana con fondo de cerámica y sirve el oscuro líquido -dulceabrigo rojo colgado en uno de sus brazos, el izquierdo- uno comprueba que lo que él dijo al principio es cierto: el Salón Versalles es muy familiar.
Pero también algo más: que tiene un aire clásico -no antiguo- el cual se respira desde el momento mismo en que uno cruza el umbral para entrar a vivir en su realidad aparte.
Singularidades que atraen al Salón He aquí una clave: el Salón Versalles conserva el estilo de los años 60. Edilberto, su administrador, explica que desean que los clientes encuentren el sitio como el primer día.
Lo único que cambian en Versalles, son las historias que cuentan en cuadros en la pared del primer tramo, al entrar, es decir, situadas al frente de la vitrina de la panadería. Unos días está la de Medellín, en otra, la de alguno de sus equipos de fútbol y así.
He aquí otra clave: la estabilidad de los empleados consigue establecer esas relaciones de familiaridad con los clientes.
También son claves del éxito de Versalles, las recetas de la gastronomía argentina. Nunca han servido una arepa. La empanada argentina es la especialidad. En ese ratazo de Argentina también se consigue, cómo no, el mate y su apropiado matero. Y se lo enseñan a tomar, que es lo mejor.