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Si se olvida por un instante de quién es hijo y se le mira detenidamente, sin aspavientos, Pote lleva una vida como la de cualquier parroquiano. Una barba hirsuta, diminuta y blancuzca, le da aspecto bonachón; con su “tumbao” recorre las calles contestando saludos ajenos; y una sonrisa, escasa de dientes, devela su condición especial resumida por los habitantes de su pueblo con una sentencia simple: “le falta un tornillo”.
Pero cuando en Gaitania se dice que Pote es hijo de Pedro Antonio Marín, el campesino; o de Manuel Marulanda Vélez “Tirofijo”, el guerrillero; su vida cobra importancia, tanta que los soldados y policías le ofrecen corte de cabello y afeitada gratis.
—Pote, ¿pa dónde va? —le grita un militar.
—A la carnicería, pa allá, pa allá —responde.
—Venga lo motilo y lo afeito
—insiste el militar.
—Yo no quiero corte.
Entonces Pote, con su camisa manga larga de botones hasta la mitad y un pantalón vinotinto de gabardina desteñida, se sienta a saludar junto a la carnicería, donde las vísceras de animales cuelgan de ganchos metálicos, y las cabezas de ganado reposan sobre las baldosas frías, demarcadas con hilillos de sangre que trazan un curso hasta la calle de piedras, recalentadas por el sol de las once de la mañana.
Pote vive en Gaitania, un corregimiento de Planadas (Tolima) de pocas calles pero de un comercio boyante. Fundado en 1920 como una colonia agrícola a la cual enviaban los presos acusados de contrabandear tabaco y tapetusa, cambió su nombre en 1949 en honor a Jorge Eliécer Gaitán, amigo de Nemesio Salcedo, fundador de la localidad.
Acá se toma el mejor café del mundo, según el concurso taza de excelencia; vive Moisés Enciso, quien fuera el sastre de “Tirofijo”, y coinciden algunos exguerrilleros que fueron tropa de Manuel Marulanda, antes de fundarse las Farc en la vereda Marquetalia. En esta zona del sur del Tolima no se habla de afinidades políticas. Decir que se es de izquierda es cargar con el estigma de las autoridades y el cuchicheo que se esconde entre cortinas y puertas cerradas al paso y de afán.
Dice Wilmar Vargas Molina, corregidor de Gaitania, que “nadie habla de qué partido político le gusta. Además, la participación política de las comunidades muchas veces es mal vista. Por ejemplo, a los presidentes de Juntas de Acción Comunal les da miedo participar porque los señalan y a muchos los han metido a la cárcel porque supuestamente ayudan a la guerrilla”.
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Los saludos de Pote empiezan en la calle donde vive. Comienza con los perros que dormitan en las aceras; les sonríe a los campesinos que van hacia las veredas, pasa de largo junto a los caballos para no espantarlos y les guiña el ojo a las muchachas que van al colegio. En su letargo eterno, Pote desconoce su vínculo con Pedro Antonio Marín, un campesino de Génova, Quindío, que llegó a esas tierras del sur del Tolima huyéndole a la violencia de los “mochacabezas” y del “corte de franela” y que años más tarde se convertiría en el fundador y comandante principal de las Farc.
“Por acá empezaron a llegar los rumores de que venían los Chulavitas y los Pájaros a acabar con todos los liberales. Entonces don Manuel nos recogió a todos y nos fuimos para San Miguel. Allá hicimos parte del primer contingente de las guerrillas”, cuenta un tropero en Gaitania quien a la edad de ocho años hizo parte del grupo guerrillero, junto a su madre y sus tres hermanos. “Yo lo recuerdo muy bien. Él era una persona amable pero muy recia y daba órdenes muy claras”, dice el excompañero de Marulanda.
“Por acá se formaron las guerrillas por la violencia política, pero también por la ausencia del Estado que siempre nos ha tenido abandonados”, indica el exguerrillero, ahora hombre de familia trabajador. Dice don Humberto Tafur, un habitante de Gaitania, que los combates eran muy intensos entre el Ejército y la guerrilla, “y un día que fui a buscar un marrano en la finca lo encontré muerto, entonces me devolví a avisar y me encontré la guerrilla. Ellos nos metieron a una cueva porque se iba a armar tremenda balacera. Allá, después del tiroteo, vi morir a dos muchachas que al parecer estaban con ‘Tirofijo’”.
Entre la paz y la guerra
En aquel pueblo de liberales en el que vivía el único godo de la región, Israel Acosta, respetado por su valentía y señorío, la violencia se recrudeció y hasta la guerrilla se dividió en dos. Así lo explica Césareo Díaz Cubillos, otro lugareño de Gaitania. “A finales de los 50 se creó una rivalidad entre la guerrilla de Planadas que volvió a llenar de muertos la zona. Unos se llamaban liberales limpios porque se identificaban con ideas oficialistas, y los otros liberales sucios, porque le apuntaban a ideas comunistas. Los primeros eran comandandos por Jesús María Oviedo, alias “Mariachi”, y los segundos por alias “Tirofijo” y Jacobo Prías Alape, alias “Charro Negro”, dice Cubillos.
Pero llegó la amnistía temporal ofrecida por el presidente, el general Gustavo Rojas Pinilla, que logró la disolución de las guerrillas de Los Llanos al mando de Guadalupe Salcedo y en Tolima hubo una tregua paulatina que llevó incluso a que los insurgentes trabajaran en la construcción de la carretera Carmen-Gaitania, con Pedro Antonio Marín como supervisor de obras.
Sin embargo, como explica Humberto Tafur, el asesinato de alias “Charro Negro” ordenado por “Mariachi” desencadenó otra guerra entre los liberales “sucios” y los “limpios”, lo que llevó a que Marulanda se internara en Marquetalia, haciendo de este territorio su centro de operaciones.
Allí estuvo hasta que el general José Joaquín Matallana, por órdenes del presidente Guillero León Valencia, inició la Operación Marquetalia que buscaba acabar con las guerrillas liberales. “Esa toma duró alrededor de ocho meses, pero lo más duro se dió un día de enero del 64 cuando el Ejército quería izar una bandera en el alto de Trilleras, y la guerrilla se lo impidió. Dos meses duró el enfrentamiento y los cadáveres los llevaban al cementerio de Gaitania por trochas”, explica Martín Emilio Ruiz, campesino que presenció la operación militar que terminó por enviar a “Tirofijo” al Pato, para refugiarse de la arremetida.
El olvido en Marquetalia
Escondidos entre la maleza y los cardos, siguen los túneles y trincheras por las que Manuel Marulanda y sus guerrilleros escaparon del general Matallana. Se resisten a desaparecer ahogadas por la madreselva y la hierba, y son como testigos silenciosos de la historia de las Farc. En ellos juegan los niños, no a la guerra, sino a esconderse. Quien camine descuidado, puede terminar con una torcedura de tobillo, grado dos.
En lo que fue el centro de operaciones, ahora hay una vivienda campesina que alberga a una madre quien en el sopor de las dos de la tarde da pecho a su hijo, mientras los otros dos corretean a dos perros y un cerdo que se resguarda del calor en un improvisado refugio de tablas y plástico. No toma agua y se revuelca en el pantano hecho por sus propias heces.
Para llegar a Marquetalia debe atravesarse todo el cañón de la cordillera Central, a cuatro horas de camino desde Gaitania, cinco de Planadas y 15 desde Ibagué. Es una zona considerada estratégica para las Farc, pues comunica con el Cauca, Huila, Valle del Cauca. Aunque no se ven, los guerrilleros están en el camino trochero que comienza en la vereda Villa Nueva y parte a la mitad la montaña. Cuando se sube, caballos y mulas miden cada paso, levantan tierra y despican las piedras con los cascos. Cuando se baja por los peñascos, el jinete aprieta los pies, encorva su espalda, coge la rienda y reza “lo que se sabe”, para no terminar de bruces en el fondo del cañón, arrastrado por el río el Atá.
“Y eso que este camino aparece dizque pavimentado hasta acá. Según el Gobierno tenemos las mejores carreteras y esto es solo una trocha. Tenemos muchas necesidades y no tenemos colaboración”, indica Educardo Sanín, presidente de la Junta de Acción Comunal de Villa Nueva. Dice Sanín que han solicitado ayuda para un puente que ellos mismos hacen cada cuatro meses en madera y que cuando se cae, los deja incomunicados, pero no obtienen respuesta. “Nos dicen que para acá no hay ayudas porque no votamos por el alcalde de turno, el de ahora”.
En Marquetalia, la escuela se cae a pedazos. Sus aulas vacías esperaron por más de un año un profesor que diera clases a los 26 niños de los grados primero a quinto. Se juntan en el mismo salón, sudorosos, tras largas caminatas desde las parcelas.
Los que llegan temprano se acomodan en las sillas rotas, el resto, en troncos de madera y ponen su cuaderno entre las piernas. No hay una impresora para los trabajos y las tizas se extinguieron hace rato.
—Necesitamos un centro de salud, una promotora y que haya medicamentos — dice Jehyns Obando, habitante de Marquetalia.
—El problema es que por acá no invierten porque dicen que es zona roja y a todos nos ven como guerrilleros —le responde Educardo Sanín.
Jesús Antonio Méndez dice que basta de estigmas. “Por acá somos campesinos que trabajamos la tierra, sembramos fríjol, yuca, café o somos ganaderos, pero no guerrilleros”.
Este estigma, el olvido y la pobreza les pesan en los hombros, en el alma. Por eso no los cargan en las mulas que bordean las montañas en las que suben las remesas, porque todos (incluso Pote) en Gaitania, Marquetalia y su alrededores, llevan esa, su procesión por dentro.