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7 y 9
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Hay gente en los tablados, otros ensimismados en sus blackberry, unos más pregonando desde twitter, la mayoría dedicados al ajetreo, como si distraerse fuera imposible o pecado (Silvio Rodríguez dixit) . Otros estamos en Mundial. ¿De qué vamos a hablar? De fútbol. En estos tiempos quien no hable de fútbol es marciano. Por más que nos cite a Borges, que ignore la actividad deportiva o desprecie la cultura popular.
Mi vida siempre estuvo en Oriental, pero por razones puramente circunstanciales últimamente vivo de alquiler en Preferencia. En Oriental se ven mejor el juego y las clases trabajadoras, se siente la pasión y se discute. En Preferencia se ven mejor los bancos (el de los técnicos y los otros) y las clases altas, se ven la moda y la simulación propia de tradicionales y emergentes. En Mundial, Preferencia deja ver a los grandes medios, los shogunes de la política, la Fedefútbol y la Fifa.
Así que uno -que tiene memoria visual y anda de cacería- puede encontrarse escenas fabulosas. El dirigente de la Fifa que fuma en un lugar prohibido y en un torneo en el que la organización cuida mucho los consumos, por tratarse de juveniles. El dirigente de la Fedefútbol pidiendo whisky desde su silla vip, cuando está prohibido incluso vender cerveza sin alcohol. El filipichín candidato a la alcaldía que llega a la puerta sin boleta diciendo a policías y porteros "¿es que no sabe quién soy yo?".
Uno también ve la charlatanería y la seriedad. La charlatanería: el comentarista deportivo que no ve el partido porque está subiendo y bajando, hablando con la chica de al lado, chateando con quince a la vez, para después sentarnos cátedra durante las próximas 48 horas sobre lo que pasó en la cancha. La seriedad: la comisión técnica japonesa -que no juega el Mundial- apuntando cada detalle de un partido Argentina/Corea del Norte.
Y uno ve y no ve. No ve a los habituales del Atanasio Girardot cada quince días; en realidad sí ve algunos: los que abuchean cuando se está jugando mal, los que le ponen pique a cada jugada, se meten con el árbitro y los jugadores. Pero lo que más ve son los que no saben quién está jugando, con dudas -incluso- de qué deporte se está practicando, allá? sobre el césped. Las que llegan de tacones, los que llegan de maletín; unos a despachar desde la tribuna, otras a contar el final de La Bruja.
Uno escucha? el helicóptero de la policía, el silencio de una tribuna sin compromiso, los gritos atronadores de Jorge Eliécer Torres desde ahí atrás, el zapateo de los que quieren empezar una ola; en algunos extraños momentos se puede escuchar el sonido de la patada contra el balón o el grito de un asistente técnico.
Y vuelve a ver el cielo azul y las nubes enrojecidas, el sol sobre el Pan de Azúcar y La Asomadera, los perfiles de El Picacho al atardecer y El Quitasol amodorrado con el poniente, las torres enormes de El Poblado, el techo de nubes bajo el que imaginamos a nuestro Envigado. Más abajo las curvas de las tribunas altas del estadio; descendiendo, la silletería nueva, inimaginada hace poco, plena de la gente que entendió el mensaje; y, abajo abajo, el juego que amamos.