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7 y 9
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Hace poco recibí un correo que anunciaba un "curso para ser princesa". Me dolió el estómago. Pensé qué sería peor: si el papá queriendo meter a su pequeña "barbie" en un curso de estos para que aprenda a caminar como princesa o si la hija diciéndole al padre que quiere hacerlo.
La publicidad está repleta de los lugares comunes más aterradores: saturación de colores, cabellos largos y rubios, vestidos pomposos muy similares a los que todavía usan las niñas cuando hacen la primera comunión pero rosaditos, por supuesto, el rosadito de las niñas ¿qué otro color podría ser?, y muchas sonrisas y mejillas que deslumbran como los cristales y la luz de la mansión. La imagen de una de estas muñequitas que tiene corona y va con tres libros, me hizo acordar de una decana en una universidad que se hizo un estudio fotográfico y en una de las fotos pidió que le pusieran libritos atrás para que se viera más interesante. Así es el mundo de estas princesas, de estas damitas que les encanta aparentar, quedar radiantes en una foto que no dice la verdad. Supongo que para eso también las preparan en estos cursos de sumisión.
Por alguna razón recordé la canción de Serrat que dice: "¿Bailas? Cenicienta de porcelana, encerrada en tu piel intacta, vendida en propiedad a un señor de edad, perfumada y compacta", no porque crea que las señoritas que hagan este curso quieran ser "cenicientas de porcelana", espero que no, sino porque, por alguna razón, creo que muchas interesadas en este tipo de cosas sueñan con encontrar su príncipe encantado y creen que el mejor atributo para conseguirlo es su apariencia. Así tantas apenas logran atraer y se conforman con un sapo que croa de borracho.
En realidad, lo que no soporto de este tipo de propuestas es que en el fondo y por encima subrayan la imagen de la mujer que debe estar pendiente de la casa, que debe velar para que la mesa esté bien puesta y la comida servida a la hora que debe ser; es decir, a la hora que al señor de la casa le dé hambre. De esta forma tendrá contentos a él y a la suegra, quien sentirá que su "nene", lejos del castillo maternal, no pasa necesidades.
Espero que hoy no existan papás que sueñen con tener hijas "princesas", señoritas que "solo para el peine usan la cabeza", ojalá que más papás quieran tener mujeres más preparadas, damas que justamente por su conocimiento, por su forma de ver y enfrentar el mundo, por su manera de querer forjar su independencia encanten y sean muy pero muy felices en un castillo que tiene un gran laboratorio o simplemente una habitación propia, como la que pedía Virginia Woolf, para que pueda hacer lo que quiera porque, además, su príncipe, no el sapo, la respeta.