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Cada vez que viajo a mi país me sorprende el excesivo cuidado que las mujeres tienen por su cuerpo, que contrasta con el país donde vivo y con otros que he visitado.
Me ocurrió una vez que alguien me preguntó de qué parte de Colombia era - de Medellín - dije. “¡Ah! Allí donde las chicas piden que de quince les den una cirugía estética”, me respondió. “Bueno, no siempre, pero sí en algunos casos”, admití, aunque hubiese querido que nos distinguieran por algo menos frívolo.
No es que la preocupación por la apariencia física sea mala, pero como dice el dicho “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre” y en Medellín específicamente, el culto al cuerpo no quema sino que calcina a muchas mujeres -¡y hombres!- obsesionadas (os) por verse como barbies (kens).
Es verdad que nuestra ciudad se caracteriza por tener mujeres bellas pero muchas de quienes no nacen con ese don, hacen lo que sea para que el bisturí, las dietas excesivas, las horas que pasan en un spa, la ropa y maquillaje de marca, les dé lo que la naturaleza les negó. Y en varias ocasiones, a expensas de la propia salud.
Un culto al cuerpo que también puede debilitar e incluso acabar con la estabilidad de un matrimonio. ¡Cuántos hombres al ver que su mujer se va poniendo gordita o arrugadita - consecuencia natural del paso de los años - se deja deslumbrar por una joven despampanante, hasta el punto de serle infiel y de dejar a su esposa de años y a la madre de sus hijos!.
Y esto también pasa con las mujeres. Una vez, una amiga me dijo: “No soporto a mi esposo con su barriga de cervecero”. ¿Pero te es fiel? ¿te respeta? ¿es un buen padre?. “¡Sí claro!”, me respondió. “Entonces no te quejes que como tu esposo, quedan pocos”, le aconsejé.
Hace diez años, cuando vivía todavía en Medellín, me presenté a una entrevista en el área de comunicaciones de una empresa de cosméticos. El jefe de mercadeo me dijo: “usted tiene que promover nuestros productos de modo que las mujeres los vean como algo indispensable, más que la comida”. No estoy exagerando. Dije que no lo haría y hasta ahí llegué –por fortuna- en el proceso de selección. Eso no era lo que aspiraba en mi vida. La canasta familiar tiene un orden jerárquico que en muchos hogares paisas está trastocado, por campañas como la que me proponían liderar.
Ese chocante culto al cuerpo genera una cantidad de críticas y chismorreos hacia la gente que no tiene un gusto
refinado o un cuerpo escultural. Mucho se habla de la liberación femenina y de la custodia por los derechos de la mujer pero yo no veo machismo más grande que reducir el valor de la mujer a cuán sexy es.
Pensemos un momento: Cuando nos enteramos de que alguien ha muerto, lo primero que decimos no es: “¡como era de churro (a)!” Lo primero que recordamos –generalmente- son sus buenas obras, sus cualidades o las enseñanzas que nos dejó. Pues esto es lo que permanece y no ese chocante culto a un cuerpo que tarde o temprano terminará reposando en una cripta o en un cementerio.