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7 y 9
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Alguna vez hablaba con el padre Nicanor, mi tío, sobre esa obsesión suya de madrugar a leer los periódicos. Casi espera tras de la puerta que el ejemplar, recién doblado y con olor a rotativa, se deslice subrepticio. Por supuesto que tenía una explicación.
-Vea, mijo. Ustedes los periodistas no se dan cuenta que leer el periódico del día es un acto de supervivencia. También hacerlo, supongo, y por supuesto, leerlo, aunque los lectores no nos demos cuenta.
-Curiosa teoría, tío.
-Fíjate y verás que el periodismo no solo es la garantía de la democracia, de la civilidad, sino también, en el fuero íntimo del lector, de que uno sigue vivo.
-Sobre todo con tantas noticias de muerte a diario que casi te hacen pensar que no eres sino un sobreviviente. O un muerto más que sigue vivo.
-Te digo más, sobrino inquieto. Toda muerte es un signo de sobrevivencia para los que quedamos. Toma el diccionario y léeme la definición de sobreviviente.
-Claro, padre: "Es vivir uno después de la muerte de otro o de un determinado suceso".
-¿Lo ves? Ahora bien, sobrevivir tiene que tener un sentido. Nosotros, los curas, a los que nos toca acompañar tantas agonías y muertes, sabemos de eso. Sentir en la mano el apretón último del que se va, tranquilo o aterrado; ese contacto de la yema de los dedos con los párpados vencidos tras la última imposible mirada; ese perturbador primer aroma del cadáver sobre el que vuela la mariposa sagrada de la bendición, son un canto silencioso antes que nada a la eternidad que recibe al difunto y, como lo estamos diciendo, a la supervivencia en que seguimos naufragando los que quedamos.
-Eso que me dice, padre, me pone triste.
-Es que la tristeza, hijo, es un primer síntoma de que somos sobrevivientes. La tristeza por un ser querido que muere, por cualquier ser humano que termina su existencia, es redentora. Redime en nuestro dolor a quien despedimos y, al hacernos conscientes de que seguimos vivos, redime en nosotros apegos y miedos para cuando nos llegue el trance del morir.
-Sus palabras no me animan todavía, padre Nicanor.
-La sobrevivencia de la que te hablo es una puerta que se abre a la esperanza. Es la prolongación en mi vida del que murió, un anticipo en su muerte de mi propia muerte.
¿Y Dios?
-La ternura de Dios, sus manos abiertas para recibir al que muere y sus manos abiertas para mantener al que sigue vivo son la Sobrevivencia. Y no más, muchacho. Démonos un abrazo de sobrevivientes. Tú para seguir luchando con la vida, y yo para no sucumbir ante la muerte