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HISTÓRICO
Gabo hizo historia en la fábrica de sueños
  • Gabo hizo historia en la fábrica de sueños |
    Gabo hizo historia en la fábrica de sueños |
Por DIEGO AGUDELO GÓMEZ | Publicado

El realismo mágico contenido en la obra de Gabriel García Márquez es alérgico al celuloide. La precisión con la que un lector puede seguir las detalladas descripciones del escritor para recrear su propia imagen de Macondo, se convierte en un proceso lacerante para aquellos directores que han querido ver en la pantalla a este pueblo ficticio con sus estrafalarios pobladores.

A juzgar por las últimas adaptaciones al cine que se han hecho de la obra de Gabo, su relación con el séptimo arte parece la típica historia de amor no correspondido. Pero la pomposidad con que la industria suele promocionarse no alcanza a enlodar una trayectoria intensa en la creación de historias e imágenes, tanto para el papel como para la cámara.

En su pasión por el cine, Gabo invirtió tanta dedicación como lo hizo en la literatura. Intentó convertirse en cineasta cuando se matriculó en 1955 en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma, donde lo que encontró fue la amistad de los cómplices que le ayudaron a fundar, tres décadas después (1986), la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños, donde también fue maestro.

Aunque no puede decirse que todos sus intentos hayan sido fallidos. En 1954, junto a sus amigos del grupo de Barranquilla, es decir, Álvaro Cepeda Samudio, Enrique Grau Araújo y Luis Vicens, r ealizó el cortometraje La langosta azul. Una historia escrita por Gabo en la que un misterioso forastero aparece en un pueblo de pescadores indagando por langostas radioactivas, tema acorde con la euforia atómica de los años de posguerra.

Desde su primera zambullida en los trajines de un rodaje, Gabo siguió encontrando distintos modos de mantenerse cerca de ese fascinante mundo. En 1964 fue el autor del guion de El gallo de oro y a lo largo de esa década adaptó cuentos, escribió guiones y trenzó amistad con otros artistas destinados a ser el combustible del boom latinoamericano. Junto a Carlos Fuentes escribió el guión de Tiempo de morir (1966), dirigida por Arturo Ripstein, y un año después, uno de sus mejores cuentos -En este pueblo no hay ladrones- fue adaptado por el cineasta Alberto Isaac.

Esta pieza de 99 minutos es además un santo grial para los seguidores de Gabo, y en general para los amantes y estudiosos del boom, por la curiosidad que supone ver actuando como extras a un grupo tan conspicuo de hombres y mujeres. Figuraba Leonora Carrington, Luis Buñuel era un cura; Carlos Monsiváis, Abel Quezada y Juan Rulfo aparecían jugando dominó, y Gabo tenía encomendado el rol de ser el vendedor de boletos de un cine.

Desde los 60 y a lo largo de más de 50 años se pueden encontrar piezas cinematográficas que cuentan con el nombre de Gabo como crítico, guionista y autor de los cuentos que sirvieron de inspiración para distintas películas. Un señor muy viejo con unas alas enormes, Milagro en Roma o El rastro de tu sangre en la nieve son algunos de sus cuentos adaptados.

Y aunque muchas de sus novelas también han dado el salto, son éstas las que parecen ser un desafío mayor para los cineastas. El coronel no tiene quien le escriba (1999) de Arturo Ripstein, es tal vez la mejor adaptación realizada a partir de una novela de Gabo ya que saca ventajas de la brevedad de la historia y el hecho de que se enfoque en pocos personajes.

Adaptaciones recientes como El amor en los tiempos del cólera (2007), Del amor y otros demonios (2009) y Memoria de mis putas tristes (2011) han sido calificadas como fracasos por críticos que acertadamente señalan la dificultad de reproducir en pocos minutos un universo donde los personajes se vuelven más complejos o extraños a medida que transcurren varias generaciones. Uno de los probables motivos por los que García Márquez se negó rotundamente a ceder los derechos de su novela más célebre, Cien años de soledad.

Es posible que un formato más adecuado para sus grandes novelas sea el de las series, que actualmente alcanzan logros estéticos y narrativos en los que el realismo mágico puede encajar sin sufrir de urticaria

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