viernes
7 y 9
7 y 9
En algunos lugares de la geografía nacional la presencia del Estado ha sido históricamente débil, en ocasiones inexistente durante décadas.
En efecto, cuando el Ejército y otras instituciones públicas llegan por fin a estos rincones, sus fuerzas no son recibidas como benignos liberadores, como nos gustaría pensar, sino como una tropa de ocupación, dado que los lugareños cuentan con viejas lealtades que los unen a los grupos armados ilegales.
Ese ha sido nuestro mayor desafío, la deliberada ausencia del Estado en extensas zonas del territorio nacional, ese irresponsable desinterés de las centralidades por la periferia.
Por eso han nacido esos ‘Estados’ paralelos, violentos e ilegítimos, pero tolerados e incluso reconocidos en algunos casos por la población local.
Afortunadamente, en los últimos años las autoridades colombianas, particularmente el Ejército, reconocieron que deben actuar en conjunto con toda la institucionalidad del Estado para ganarle ese lugar a las organizaciones al margen de la ley.
En el Nudo del Paramillo, por ejemplo, vive toda una empresa criminal dedicada al narcotráfico con profundas raíces sociales y económicas.
Hidroituango es un excelente caso para comprender la lucha por la legitimidad del Estado. Las Farc han intentado todo (y lo seguirán haciendo) para evitar que el proyecto termine exitosamente.
Lo hacen no porque estén inclinados a un terrorismo sin razón, sino porque quieren evitar a toda costa que junto al proyecto hidroeléctrico lleguen el Estado y sus instituciones, con justicia, seguridad, trabajos y bienes públicos para los habitantes, resignados hasta ahora a vivir bajo la tiranía de la guerrilla y su negocio de narcotráfico.
Así, el Estado y sus instituciones deben ganar la lealtad y el reconocimiento que les darán legitimidad en estos “nuevos territorios”.
Dos puntos resultan fundamentales. La institucionalidad, entendida como la generación de sentido de pertenencia e identidad con las fuerzas del Estado y la aceptación, que se gana con la difícil tarea de las acciones diarias en busca del bien común. Ganaremos todas nuestras guerras (contra guerrillas, narcos, mafias y pandillas) cuando además de capturar rentas y ocupar territorios, el Estado sea capaz de ganar las mentes y corazones de las personas que integran y ayudan a estas organizaciones.
La gente, como en tantas otras cosas, termina estando en el centro de la estrategia.