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Una de las formas más usuales de contar la historia de la humanidad es como un conflicto dual y largo entre dos sectores sociales claramente diferenciados, de los cuales uno domina al otro. Según Isaiah Berlin, esta interpretación de la historia la inventó Giambattista Vico en el siglo XVII.
Desde entonces se cuentan historias de libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, burgueses y proletarios. A principios del siglo XIX el conde de Saint-Simon, propuso una nueva pareja de contrincantes: productores contra ociosos. La idea del pensador francés hacía parte de la revolución moderna, pero estaba basada en el principio cristiano de san Pablo de que el que no trabaja no come. Después viene el conocido planteamiento de Marx.
Obviamente, también hay muchas maneras de contar la historia de Colombia siguiendo el esquema de estas parejas de enemigos. Y se ha contado y hay versiones para todos los gustos, acomodadas a todos los intereses. En este momento uno se siente tentado a trazar la línea divisoria entre los corruptos y los que no lo son.
Si se calcula que lo que se robaron entre las familias Nule y Moreno excede el presupuesto del país para la educación superior, uno puede afirmar tranquilamente que las necesidades básicas de los colombianos estarían satisfechas si los ladrones de cuello blanco se robaran apenas la mitad de lo que se están llevando hoy.
Pero no es fácil separar a los corruptos de los que no lo son. La corrupción, como la guerra, nunca es de una sola vía, en ella no hay víctimas y victimarios; ambas partes violan la ley o la moral, así sea en diversas proporciones. Podemos estar seguros de que nuestros buenos ingenieros saben cuándo están haciendo una obra de mala calidad, pero la necesidad del trabajo y las reglas de hierro de los políticos no les dejan margen de maniobra. Y lo mismo pasa con los demás profesionales.
Pensemos en otra posibilidad siguiendo la idea de Saint-Simon: los productores contra los rentistas. ¿Quiénes son los rentistas? Son aquellos que dominan las reglas institucionales y que se enriquecen usando sus mecanismos de funcionamiento, pero también sus defectos y vacíos. Son aquellos que usan su capital para comprar o poner políticos y funcionarios públicos, que después dan contratos y licencias de explotación. Son los que viven de las exenciones y los monopolios que otorga el Estado.
Lo único que explica que un país medianamente rico como Colombia tenga tanta pobreza y tanta desigualdad, es la acción de los rentistas. Normalmente se piensa que los rentistas son parásitos que desangran al Estado, pero en muchos casos las instituciones estatales están diseñadas para el robo y la manipulación.
La lucha contra la corrupción pasa por eliminar el rentismo y quien vive del Estado debe ser puesto bajo sospecha. Son dos frentes: uno institucional, otro cultural. El primero para asegurar un buen diseño de las entidades y reglas que rigen la actividad económica. El segundo, la promoción de una cultura de la legalidad y de respeto por los bienes públicos.