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HISTÓRICO
Giraldo: avalancha de lágrimas y angustias
  • Giraldo: avalancha de lágrimas y angustias | Jaime Pérez, Enviado Especial Giraldo | Muy penosos resultan los ajetreos de los residentes en Giraldo, Cañasgordas y de otros municipios vecinos, como Frontino, Uramita y Dabeiba, para trasladarse de un lugar a otro. Sin la vía al Mar funcionando, ellos quedan bloqueados, desabastecidos e incomunicados. Les va llegando la ruina.
    Giraldo: avalancha de lágrimas y angustias | Jaime Pérez, Enviado Especial Giraldo | Muy penosos resultan los ajetreos de los residentes en Giraldo, Cañasgordas y de otros municipios vecinos, como Frontino, Uramita y Dabeiba, para trasladarse de un lugar a otro. Sin la vía al Mar funcionando, ellos quedan bloqueados, desabastecidos e incomunicados. Les va llegando la ruina.
Gustavo Ospina Zapata | Publicado

Los rostros de la absoluta tristeza, esos que reflejan -¡qué contraste!- la espera y la desesperanza, los tienen don Genaro y doña Floria, padres de Ximena Mosquera Serna, su hija de 29 años, sepultada bajo el alud de lodo y piedras de El Tambo, en Giraldo.

La muchacha, la mayor de la casa, su amiga y confidente y la que prácticamente ha cuidado de sus cuatro hermanos, fue tapada por la tierra cuando intentaba hacer trasbordo de la buseta de Confort Express, la que había abordado en Carepa a las 5:00 a.m. del pasado lunes.

"Lo triste es que no nos despedimos. La mamá y yo salimos más temprano a trabajar, ella iba para Medellín a una cita médica, la última vez que llamó fue a las 2:30 de la tarde y después le marcábamos pero no contestaba", relata Genaro en la caseta donde se refugian los familiares de los desaparecidos, al lado del derrumbe.

Su esposa Floria está incólume, compungida y casi con las esperanzas perdidas de que su "niña" esté con vida.

"Soy optimista, pero también realista, ya es muy difícil que salga viva. Por lo menos que la rescaten, acá vamos a estar hasta que eso pase", repite Genaro y su voz se ahoga cuando intenta decir que, "era la hija más buena y cariñosa, la amiga que nos ayudaba en todo".

A 200 metros de ellos está la montaña que se tragó a su hija, una mole inmensa totalmente indiferente a los dramas humanos que llegaron cuando la tierra de la parte alta se desprendió taponando a por lo menos diez personas identificadas, ninguna de ellas rescatada aún.

Llegó la ruina
Pero aparte de los dramas que viven las familias de las víctimas, los habitantes de la región, (Occidente antioqueño) experimentan los más grandes sufrimientos y angustias de los últimos años.

Al estar cerrada la vía al Mar, que los comunica con Medellín y Urabá -sus principales centros de intercambio social y comercial- han quedado "muertos", por decirlo de alguna forma.

Taponada la carretera, a la gente le quedan dos opciones para desplazarse: una es encaramándose a la montaña donde se produjo el derrumbe, pero es un trayecto empinado, enlodado y muy peligroso. A pie o en bestia, el paso es penoso, más si se hace con cargas, con niños en brazos o si se tienen 70 u 80 años, como les pasa a muchos.

La otra opción es un camino que arranca en El Toyo, un kilómetro arriba del derrumbe y que sale a la vía a Giraldo, un paso largo, empinado y con más lodo que el de la montaña. Se arriesga la integridad y hasta la vida.

La gente tiene que bajarlo con cargas al hombro, con mercados y también con niños de brazos. Como hay que hacerlo de subida y de bajada, las piernas se revientan, la respiración falla y se ve a la gente casi desfallecer.

Aún así, por necesidad lo utilizan, "no hay de otra, el viaje por Montería está a 130.000 pesos, en cambio el carro nos trae a Giraldo por 30.000", expresa un joven.

Lo grave es que el morro es un predio privado y el dueño, machete en mano, amenaza a los que bajan en un gesto absolutamente inhumano, pues afirma, "que la tragedia no es mi problema, por acá no permito bestias y tengo papeles que me dan la razón", responde cuando le preguntamos si no se conduele de ver a tanta gente angustiada. Las autoridades, incluido el sacerdote, han intentado conmoverlo, pero el hombre no cede.

Entre tanto, la ruina acosa. En las tiendas y locales ya no hay abastecimiento, "porque los carros de abarrotes no suben y la vida de estos pueblos es la carretera, los viajeros", sostiene Luis Arias, dueño de un parador al que escasamente están llegando periodistas a tomarse un tinto.

Quince días de cierre, como se ha anunciado, serán mucho para esta vía, "nos vamos a morir no por el volcán (el alud) sino de hambre", afirmó muy lacónico Heriberto Tuberquia, campesino que no sabe qué hacer para llevarles comida a sus cuatro hijos y a su nieto.

Una angustia que se repite casa a casa en el triste y desolado Giraldo, tan pequeño en tamaño, y tan inmenso en sufrimientos.

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