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HISTÓRICO
La balada del pajarillo
  • La balada del pajarillo

La balada del pajarilloPor
Fernando Londoño Hoyos

Con el libro en las manos, después de recorrer sus páginas fascinantes, nos dio por pensar que sólo en la selección de los nombres, los de sus libros y los de los personajes de sus libros, no es Germán Espinosa un auténtico genio de la literatura colombiana.

La obra que sirve también de título a estas líneas, es infinitamente superior a lo que promete su bautismo. Por lo menos, llegó a derrotarnos largo tiempo, consolándonos con la idea, reconocemos que harto estúpida, de que "La Tejedora de Coronas" era la pieza única de un gran artista de las letras.

El libro que publicó Alfaguara en 2001, casi veinte años después de concluida "La Tejedora", no ha tenido la repercusión internacional que merece, ni el número de lectores que cualquiera podría calcularle. Tal vez porque el título no diga nada, más probablemente porque Espinosa no tiene el aparato de mercadeo que acompaña a escritores que no le dan a los tobillos, o quién sabe, y es la hipótesis que menos favor nos hace, porque nos queda grande.

Germán Espinosa ya había demostrado que es un prosista sin par. Aunque pueda fastidiarle el cotejo, su estilo se avecina con lo más feliz del boom latinoamericano. Tome lector la mejor página de García Márquez, las más apasionantes de Vargas Llosa, las mejores líneas de Cortázar en "Las Memorias de Adriano", los más bellos hallazgos de Juan Rulfo, y por ahí anda Espinosa. La gracia del relato, la difícil maestría en el uso de adjetivos, de los que obligan a cerrar el libro para aplaudir, la profundidad y belleza de ciertas sentencias, de esas para guardar en el almacén de la memoria, hacen de Espinosa el primero de los escritores vivos de Colombia.

Quién hubiera podido decir cosas como estas: "nunca nos parece fácil sino la vida de los otros"; o "padezco el dolor de los débiles: estoy desperado"; o aquello otro: "cuando la adversidad se abate sobre un hombre, siempre puede existir un grado mayor de desdicha"; o para rematar estas parcas citas: "todos los atardeceres son el mismo atardecer; otras horas del día, sobre todo la del alba, pueden mostrarse diversas; pero la del poniente es unánime, como ocurre con todas las derrotas".

En punto a intensidad dramática, la novela que comentamos no tiene par en las letras de este continente. Espinosa es un intelectual de altísimo vuelo. No nos atrevemos a decir que un filósofo, porque no basta una novela para descubrirlo. Pero su inquietud mental es casi agobiante. Sin saber cómo ni a qué horas, nos pasea por temas tan apasionantes como lo que han sido los vampiros en la historia de los pueblos; nos acerca a las discusiones más profundas sobre el islamismo; nos trae y lleva por los más brillantes caminos de la crítica del arte, en una obra compuesta para enseñarnos la vida de la mano de la música. Hay momentos en que su erudición nos sobrepasa, pero ninguno en que se vuelva pedante, postiza demostración de saberes superficiales.



Cuando vamos terminando el libro, descubrimos que ciertos excesos, que escandalizarán más de un puritano, guardaban una lógica perfecta dentro de la trama, con atisbos sicológicos sencillamente gloriosos. El examen del poder de las drogas sobre el destino de los que se acercan a su mundo de alucinaciones trágicas, no es de lo más original del libro. Simplemente es insuperable.

La balada del pajarillo no será la primera historia de la caída de quien se sentía en la vida invulnerable. Ni el primer ejemplo de alguien derrotado con sus mismas armas y engañado con la tela de sus propios engaños. Ni la primera vida de un hombre que hace combustión en la hoguera encendida por la atracción de una mujer, en el eterno drama de la hembra que destroza a quien se acerca para adorarla. Pero la combinación de esos viejos elementos, su desarrollo de suspenso, su clímax pavoroso en un medio que se siente inexpugnable ante los sentimientos e infranqueable ante la voz de la conciencia moral, ha sido logrado con la pluma de un maestro y con la profundidad de un sabio.

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