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En el evangelio aparecen una serie de mujeres anónimas que vivieron una experiencia arrobadora con Jesús, como la pecadora, la adúltera, la samaritana, la hemorroísa, la hija de Jairo. La cananea es una de ellas. Su confianza llega hasta el supremo límite, como lo indican sus gestos y palabras.
Jesús se propuso demostrar a sus discípulos cómo un ser humano puede lo imposible, y cómo su enseñanza era a la vez sencilla, transparente, sublime.
Aventura asombrosa, desconcertante la de seguirle la pista a la cananea. Una sola frase presenta su personalidad de modo admirable. "Una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba: "¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David… Mi hija está malamente endemoniada" (Mt 15, 22).
La cananea es pagana, pertenece a otra religión. Su hija tiene una enfermedad demoníaca, situación de inmenso sufrimiento, de una parte. Y de otra, gracias a su sensibilidad, cultivada con esmero, descubre que Jesús es "Señor, hijo de David". En su corazón de madre aparecen dos extremos en contraste: la hija endemoniada y Jesús, el Señor.
La fe de esta mujer se sobrepone aun a la más insuperable desventura, algo tan ajeno a la precaria condición humana, que tiene para todo topes de medición.
Sorprende sobremanera que Jesús no le preste atención, y que los discípulos intervengan para que ella deje de gritar. Pero impresiona mucho más la sensibilidad de esta mujer, que se siente capaz de encontrar la salud y la salvación para su hija. Y por lo mismo, para sí.
La cananea se pasea por la intimidad de su corazón, donde encuentra una puerta abierta al infinito, cargada de cuanta fuerza bienhechora puede inspirarle ese ser adorable que es Jesús.
Jesús, seguro de la fe de la cananea, entabla con ella un diálogo impresionante, teñido de indiferencia y hasta menosprecio. Sabe que en esas entrañas maternales palpita un corazón de oro, capaz de hacer posible lo imposible.
Jesús quiere dejar la memoria perdurable de la magnanimidad de esta mujer. "Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos". Fe tan pura y entrañable que parece un sueño.
La cananea pone a Jesús incondicionalmente a su servicio, síntesis armoniosa de la pequeñez humana y la grandeza divina. "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas". Para ella es lo que tenía que suceder.
Por contar con Dios, aun la mayor bajeza humana se vuelve alteza divina.