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Benedicto XVI hizo en 2008 un discurso sobre la cultura de la palabra. "Porque en la Palabra bíblica Dios está en camino hacia nosotros y nosotros hacia Él, hace falta aprender a penetrar en el secreto de la lengua, comprenderla en su estructura y en el modo de expresarse".
La palabra se remonta hasta Dios, como nos indica la Biblia cuando dice: "Y dijo Dios". La tierra, el mar, el cielo, el hombre, la creación entera es palabra de Dios. Así comienza el Génesis.
Dios es Palabra que pronuncia palabras. "En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… y sin ella no se hizo nada de cuanto existe" (Jn 1,1). Me abruma la envergadura de la palabra.
Quien escribió la carta a los Hebreos (1, 1-2), debió sentirse abismado: "Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres…En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo".
En el ser inteligente, Dios y el hombre, la palabra lo es todo. Por eso, cultivar la palabra es cultivarse a sí mismo. En la palabra encuentra cada uno el sentido de su vida, pues ella ilumina aun el sentimiento más huidizo y la idea más evanescente.
Sigo arrobado al poeta mientras escribe en la cárcel: "¡Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura…". La poesía colma de belleza el oscuro abandono de aquel lugar inhóspito. Hasta la intimidad del corazón llega el eco de la Palabra infinita.
Me imagino al poeta juntando palabras. "La vida tal como es, / la poesía tal como la vida… / Que un albañil tome un poema / y diga simplemente: / se parece al andamio / que tengo junto al cielo". El embrujo me envuelve de la cabeza a los pies.
Dios es palabra que pronuncia palabras. "Y dijo Dios: hágase la luz". Descubro que la Biblia es palabra de la Palabra. Más aún, que cada ser humano es palabra de Dios, que existe porque Dios lo llama, pronuncia su nombre. Toda vida es vocación, llamada divina.
La cultura de la palabra me habla con elocuencia de lo que no tiene nombre, de lo que aun sin comprenderlo llena de regocijo el corazón. Me esmero en que cada palabra mía exprese la grandeza de mi vocación.
Soy palabra de Dios. Maravillosa cultura de la palabra.