Las dinámicas económicas que involucran productos culturales provocaron en la última década en Latinoamérica una atención sin precedentes, al punto de ser considerada como una franja de la economía proclive al funcionamiento de cadenas de valor con un alto perfil de consumo.
En 1990 John Naisbitt escribió su best seller Megatendencias 2000, un libro compuesto de premoniciones sobre la transformación socio-económica de los años venideros. Los países desarrollados pronto vieron esa realidad y los latinoamericanos apenas en ésta última década percibimos el cumplimiento lento y aislado de dichos presentimientos.
Hoy es evidente como las artes y la cultura se anteponen gradualmente a actividades como el deporte, convirtiéndose en muchos sectores como su principal diversión.
Los museos y sus visitantes van en aumento; la música y un retorno a espectáculos como la ópera, nos ratifican el gran negocio de invertir en las industrias culturales, más allá del entretenimiento deliberado.
Los vientos de prosperidad de la economía en nuestra región, un inminente avance de las telecomunicaciones y las facilidades de los viajes, nos proponen una disposición a los intercambios intercontinentales en diversos asuntos del conocimiento como gastronomía, música, modas, cuestión que obliga en parte al despojo de prejuicios y atavismos, al surgimiento de un nuevo individuo cosmopolita.
Pero salta la cuestión de los derechos culturales, que por lo menos en Colombia, a partir de la constitución del 91, consiguen un lugar de relevancia al lado de los derechos ambientales y que hasta entonces estaban esbozados a medias dentro de los derechos civiles y sociales. Paradójicamente estos derechos consiguen un reconocimiento en nuestro medio en pleno auge de las industrias del entretenimiento.
Medellín es epicentro, sin precedentes, de un talento artístico proveniente de todos los estratos sociales, en distintas disciplinas estéticas, que nos proponen una dinámica contraria al miedo y a la paranoia, herencia casi imperecedera de los días de la narco cultura.
Una ciudad que en el pasado borró sus lugares patrimoniales de encuentro, sus parques y teatros, sus bulevares y su confianza para vivirlos, intenta recuperarlos con nuevos espacios, donde el individuo prevalezca de manera armónica ante los ardides del comercio.
Lo más complejo en una ciudad como Medellín, es la generación de estrategias para una apropiación espontánea de los escenarios, donde el portento creativo local y foráneo intenta exhibirse, lejos de los empaquetamientos anodinos que suele fabricar el consumo. Surge así una vez más, la necesidad de una estructura educativa constante, que desde la infancia permita a sus ciudadanos criterios estéticos exigentes para la reflexión y sentido de lo que sucede en esos amueblamientos urbanos.
Es por ello que esos derechos culturales deben hacerse realidad y abrirse paso en contextos académicos, desde la escuela hasta la universidad, donde se padece una asepsia sospechosa y urticante, que divorcia cualquier goce estético de lo meramente laboral, como si los seres humanos no requirieran la representación y reflejo de su vida para elaborar sus frustraciones y conflictos.
Más allá del concepto de entretenimiento, con el que a veces suele reducirse el significado de gestión cultural, el compromiso inmediato será proveer de más calidad y valor la atmósfera prometedora de consumos culturales que vive la ciudad, lo que redundará seguramente en una sociedad más abierta y, por supuesto, tolerante.
Para ello, hará falta entender que luego del círculo familiar, la escuela y la universidad hacen parte de las geografías de consumo cultural, donde sus dinámicas estimulan la cohesión social, y por ello deben entenderse como una necesidad básica, digna del valor que solemos dar a otros requerimientos primarios y cotidianos.
Incorporar los derechos culturales a las estrategias para un desarrollo social duradero, que permitan reflexión y construcción de identidad, tendrán que ser blindados contra los devaneos e intereses políticos, que a menudo dan a la cultura un estatus de comodín decorativo.