El paternalismo consiste en una extensión de las funciones paternas al ámbito social, esto es, la extrapolación de la figura del padre proveedor, amoroso, poderoso y salvador. Como proveedor al padre se le han asignado las obligaciones que tienen que ver con el sustento y la formación de los hijos, como amoroso es dispensador de afecto, como poderoso ejerce la autoridad y el castigo en el hogar, como salvador atiende las emergencias caseras y se hace cargo de las crisis.
El paternalismo es entendido políticamente como característico de los sistemas autoritarios y tradicionales, anteriores al Estado constitucional y al ejercicio de la ciudadanía. Socialmente el paternalismo tuvo expresiones notables como modelo de gestión empresarial en el capitalismo temprano. Muchos creen que el paternalismo es un fenómeno marginal y anacrónico, y que la política y la administración contemporáneas son claramente refractarias, cuando no contrarias al paternalismo.
No lo creo así. Cuando una sociedad hace su tránsito a un Estado democrático y a un discurso hegemónico favorable a los derechos sin construir nociones fuertes de deberes, responsabilidad y autonomía individual, corre el peligro de mantener las viejas prácticas paternalistas bajo nuevos ropajes institucionales y culturales. Si, además, se trata de una sociedad en la cual las teorías de la manipulación y del engaño gozan de buena salud, el riesgo es mayor. En la primera versión el ciudadano tiene todos los derechos y el Estado todas las obligaciones. En la segunda, la gente del común es ingenua, actúa dominada por fuerzas extrañas y sus actuaciones no deben considerarse libres.
Entendemos entonces que el populismo rampante en el mundo de hoy sea también paternalista. No se trata tan sólo de que los gobernantes contemporáneos asuman estas conductas, se trata sobre todo de que la sociedad se las exige. El ciudadano quiere todas las libertades sin ninguna responsabilidad, toda la autonomía siempre que las consecuencias no las tenga que asumir. Emborracharse y que haya un guarda a las dos de la mañana incautándole amablemente el automóvil, romper el saco de la ambición en las pirámides y esperar que el Estado le responda por su dinero, llenar de mugre el mundo y después quejarse por el calentamiento global.
Los que piden más paternalismo suelen olvidar que en el mismo paquete llega el autoritarismo. Los Estados paternalistas son también sociedades de control. Y allí hay una contradicción, pues todos queremos que nos cuiden pero no que nos vigilen, todos queremos que nos atiendan pero no que nos exijan, todos queremos que nos den pero no que nos pidan. Todos queremos un mundo mejor, pero nadie quiere pagar el precio.