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HISTÓRICO
LA SENCILLEZ Y AUDACIA DE PABLO VI
  • LA SENCILLEZ Y AUDACIA DE PABLO VI
Por CARMEN ELENA VILLA | Publicado

El 19 de octubre será beatificado en Roma el Papa Pablo VI. No es que todos los papas merezcan llegar a los altares. En el último milenio de la Iglesia solo siete papas tienen el título de santos y nueve el de beatos y Giovanni Battista Montini hace parte de esta lista.

Grandes retos tuvo que asumir al iniciar su pontificado en julio de 1963: La culminación y aplicación del Concilio Vaticano II, convocado por su predecesor San Juan XXIII, el anuncio universal del Evangelio, el diálogo con los no creyentes y el trabajo por la unidad de los cristianos.

Este último pilar de su pontificado encontró su culmen en el encuentro que tuvo en 1964 con Atenágoras I, patriarca de Constantinopla.  Desde 1439 un papa y un patriarca no se encontraban. Así ambos jerarcas con el gesto simbólico del abrazo, levantaron las excomuniones que mutuamente se habían lanzado en 1054 en el Cisma de oriente.

Hoy vemos cómo sus sucesores, luego de aquel hito, han seguido un diálogo caritativo y respetuoso con otras denominaciones cristianas, así como con los no creyentes. Recordemos, por ejemplo, que en febrero pasado el papa Francisco envió un saludo a los pentecostales reunidos en una convención donde expresó su alegría por la elaboración de este evento y también su nostalgia por ver cómo el cristianismo se ha dividido a lo largo de la historia, “por el pecado de todos”.

De las siete encíclicas que escribió, quiero resaltar la Populorum Progressio, en la que define el concepto de desarrollo como “pasar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas” y en la que expresa su preocupación por la situación de extrema pobreza en la que viven muchos pueblos. 

A pesar de la riqueza que tuvieron las sesiones y posteriormente los documentos del Concilio Vaticano II no faltó quién malinterpretara este magno evento. Pablo VI soportó con paciencia y audacia esta lectura errada, que tuvo como consecuencia la secularización de la Iglesia en varias comunidades y sectores y el abandono de varios clérigos de la vida religiosa y sacerdotal.

“Sabía conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial incluso en los momentos más críticos, cuando parecía que ella (la Iglesia) era sacudida desde dentro, manteniendo una esperanza inconmovible en su compactibilidad”, dijo San Juan Pablo II en su primera encíclica Redemptor Hominis, refiriéndose a Pablo VI.

La curación inexplicable en el año 2001 de un bebé no nacido que tenía 24 semanas de gestación es el milagro atribuido a la intercesión de Pablo VI que definió su beatificación. Al pequeño se le había diagnosticado una insuficiencia renal grave que lo llevaría a vivir solo pocos días después de nacido. Su madre se negó a abortar. El niño nació sano y tuvo que crecer para que se comprobara que estaba curado sin explicación científica.

Así llegará a los altares este papa que supo abrirse al mundo conservando siempre lo esencial de la fe: “Dialogaba con todos para testimoniar a Jesús y darlo a conocer, con un lenguaje nuevo y más adecuado a los tiempos actuales. Una fe propuesta, no impuesta; libre, verdadera”, como señala su biógrafo el periodista italiano Andrea Tornielli.

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