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HISTÓRICO
LA VANIDAD DE MEDELLÍN
Por LUISA VALENCIA ÁLVAREZ Fundación Universitaria Luis Amigó Comunicación social y periodismo, cuarto semestre | Publicado
El orgullo de ser paisa parece llegar hasta donde la realidad comienza, y con realidad no me refiero a que somos la ciudad más educada e innovadora -aunque me atrevería a decir que muchos de quienes alardean, no tienen aún idea de a qué se debe el segundo reconocimiento- sino a esa parte de la realidad que rechazamos, que nos negamos a aceptar, que nuestra vanidad nos ha impedido ver.

En el pasado no se han quedado todos esos problemas sociales que, lo admitamos o no, han sido parte de lo más representativo de la ciudad, y por consiguiente, no podemos seguir pretendiendo que todo cuanto se relacione en el presente con nosotros, debe ser bueno.

Somos una población acostumbrada a los halagos (y autohalagos), tanto que cuando alguien se "atreve" a decir algo contrario a nuestras buenas cualidades, nos lo tomamos, más que como un llamado de atención, como agresión.

No olvidemos que nosotros mismos hemos sido quienes hemos permitido ser vendidos como una ciudad de placeres y de guerras, especialmente por parte de los medios nacionales, los cuales se han encargado de escenificar nuestro pasado y de difundirlo por el resto del mundo, y que además, han creado nuevas producciones supuestamente ficticias en torno a las mismas problemáticas y, lo peor de todo, a la misma ciudad (no es necesario mostrar a Medellín, suficiente es que los personajes hablen con nuestro acento característico).

Entonces si tan orgullosos estamos de ser paisas deberíamos comenzar por reaccionar, no ante quienes hablan mal de nosotros, tanto en nuestro país como en otros ni a los creadores de las mencionadas producciones, pues ya es tarde, sino frente a esos problemas sociales que hoy, en vez de ignorarlos o negarlos, tenemos que enfrentar.

Ocultar la realidad no la hace desaparecer, así como insultar a quien hable mal jamás nos va a convertir en la ciudad inmejorable que lastimosamente nos creemos.

No estoy diciendo que estamos obligados a intervenir en la solución de las problemáticas, aunque sería lo más indicado, pero sí podemos dejar de ser una población enceguecida por los elogios y comenzar a reconocer que realmente existen esas fallas por la cuales tanto nos señalan, entendiendo que la mejora de la calidad de vida de quienes también son paisas -pero que al parecer a pocos les interesan- importa mucho más que mantener una buena imagen ante el resto del país y del mundo

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