viernes
7 y 9
7 y 9
Esta columna se refirió a los pésimos resultados obtenidos por los jóvenes estudiantes colombianos en las pruebas Pisa realizadas por la OCDE. Recordamos que en los cuestionarios sobre lenguaje y matemáticas, los nuestros obtuvieron el puesto 62 entre 65 países, y en las pruebas para medir la capacidad para la resolución práctica de problemas, ocuparon el último puesto, entre los 44 países participantes.
La Ministra de Educación quiso minimizar los resultados, argumentando que la participación fue meramente opcional. Catalina Craner, líder del Gobierno en el proceso para el ingreso a la Organización, afirmó que los resultados fundamentalmente indican que es bueno hacernos comparar para medir el nivel de nuestros estudiantes y poder plantear esquemas de mejoramiento.
Cualquiera de las dos hipótesis deja un aire de justificación, que trata de alguna manera de ocultar la trascendencia de los resultados obtenidos, en lugar de proponer una política de Estado para desentrañar causas y encontrar soluciones a tan delicado problema. Precisamente, tratando de identificar causas, es necesario abordar el tema de los docentes. Varios hechos recientes justifican nuestra preocupación respecto a la actitud y aptitud de muchos docentes, frente a los retos que exige la educación para el siglo XXI.
En un país como el nuestro, caracterizado por una lamentable muestra creciente de violencia, ha pasado desapercibida una de las noticias más tristes que pueda registrar sociedad civilizada alguna. Un estudiante, alumno de un colegio de Bogotá, probablemente como recompensa a su gran labor académica, fue premiado con una invitación para visitar los campos de la NASA en los Estados Unidos.
El joven, seguramente henchido de orgullo, acudió a su cita y disfrutó académicamente de todo lo que para él representaba aquel lugar. Luego de su regreso a Colombia, encuentra que ha reprobado su año lectivo, fundamentalmente debido a las ausencias ocasionadas por aquel maravilloso viaje.
El joven evidentemente contrariado, desengañado y sin poder comprender lo que sucede, entra en desespero y recurre a la mortal decisión del suicidio. Qué horror. Pero no es la única historia. Como esa hay muchas más, ojalá con un desenlace menos doloroso.
Conocí personalmente el caso de una joven que por su capacidad de análisis y de estudio, presentó un escrito que fue escogido como ponencia en un evento paralelo a la reunión del G20 que se llevará a cabo en Alemania. La joven recibió la invitación y lo censurable es que para ella ha significado un verdadero viacrucis conseguir las autorizaciones para viajar de parte de los docentes del prestigioso centro de educación superior en el que estudia.
No son los jóvenes. Somos los mayores, acostumbrados a nuestra permanente y limitada mediocridad, incapaces de entender el talento excepcional de las actuales generaciones, quienes nos hemos encargado de entorpecer sus nuevas propuestas de aprendizaje. Insisto. La falta de políticas en materia de escogencia y formación de docentes con altos niveles de pedagogía, apertura y tolerancia, constituye uno de los principales factores que tiene postrado nuestro sistema de educación.