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El Granate, la cacharrería del Hueco, tiene cien años, tal vez tenga setenta, pero en todo caso tiene cincuenta.
Y no crean que estoy tratando de parodiar la típica y socorrida retahíla de los comerciantes de que este reloj "no se lo voy a dar en cien mil ni mucho menos en setenta mil, sino por la módica suma de cincuenta mil pesitos". No. Ni tampoco deben tomarla como una afirmación absurda, imposible.
El Granate tiene cien años como negocio de los Zuleta; setenta desde que fue bautizado con el nombre de la piedra que usan en los anillos de los arzobispos y cincuenta desde que es cacharrería.
Quien lo abrió fue Ulpiano Zuleta, un yarumaleño que llegó a Medellín mientras algunos de sus parientes emigraron hacia la costa atlántica.
Consciente de que el suyo era un nombre singular, no lo pensó dos veces, lo aprovechó para bautizar con él su negocio. Prendería de Ulpiano Zuleta. Además, era una usanza de la época poner a los negocios el nombre de sus propietarios. Estaba situado en Maturín, entre Bolívar y Carabobo, en el sitio que hoy ocupa el Sanandresito principal.
En la memoria de Jaime Zuleta -empujada por la de su hermana Olga-, actual dueño y nieto del fundador, está que a principios del siglo XX, los habitantes de Medellín, cuando estaban acosados por las deudas o carecían de dinero para sus gastos, llevaban a empeñar sus sacos y sus sombreros. Total, los hombres de entonces vestían de ese modo, con traje, y el sombrero era una prenda común.
Así, el propietario de El Granate señala que en esos tiempos idos, a su abuelo y sus empleados se les iba parte del día cepillando esa ropa para que siempre estuviera lustrosa, porque no había bolsas plásticas con las cuales poder cubrirlas del polvo.
También llevaban a la compraventa cuadros del Corazón de Jesús y, muy de vez en cuando, un radio telefunken en forma de bóveda y con un mapamundi pintado en el dial para encontrar emisoras de todo el planeta. Y como era una moda bien vista tener dientes forrados en oro, a veces paraban estas piezas en las vitrinas de Ulpiano.
"En la casa de mi hermano León -cuenta Jaime- todavía existe un cuadro del Corazón de Jesús del tiempo de la prendería. Lo llevaron a la casa materna en 1946. Lo colgaban y se caía. Lo colgaban en dos clavos en vez de uno y volvía a caerse. Hasta que el padre García le hizo la Introducción: rezó y, en compañía de mi familia, le cantó el 'Tú reinarás, oh Rey bendito...' y desde eso nunca volvió a caerse".
Primera metamorfosis
Fue la abuela Teresa Carrasquilla -prima de Tomás, el célebre escritor de Santo Domingo, autor de Frutos de mi tierra-, esposa de Ulpiano, quien sugirió el cambio de nombre. Y como era admiradora de esa piedra preciosa, propuso al heredero de la prendería, su hijo Jaime -padre del actual cacharrero- ese nombre que ya tiene setenta años, cuando él recibió el negocio y, tras un breve tiempo lo convirtió en joyería. El oro tenía un gran prestigio entre los medellinenses. Los relojes de bolsillo eran la sensación.
"Qué bellas joyas tienes en tu escaparate. Son compradas en la Joyería El Granate", era la publicidad que se escuchaba en La Voz de las Américas y La Voz de la Independencia, dos emisoras del gusto popular, dedicadas a difundir la música campesina y que ya desaparecieron de la oferta radial antioqueña.
"Recuerdo el 9 de abril de 1948 -dice Jaime Zuleta. El Bogotazo. Yo estaba en casa de mi abuela, en Palacé con Junín. Escuchamos en el radio la noticia del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Corrimos hasta la joyería a buscar a mi papá. En el trayecto veíamos personas que pasaban con neveras a la espalda y rollos de tela al hombro, todo robado. Los saqueos en los almacenes eran horribles. Hubieran robado también en la joyería, si no hubiera sido porque mi padre acató a pasarle, por un pasadizo interior, toda la mercancía a Mario Sánchez, un talabartero que ocupaba el local vecino y se acomidió a guardársela. Hace pocos días le conté esta anécdota al hijo de ese fabricante de monturas para cabalgadura y se alegró de conocerla".
Segunda metamorfosis
Con la muerte del papá -lo mató un caballo de una patada en el páncreas-, Jaime Zuleta heredó El Granate, con la condición de que no le cambiara el nombre.
No le cambió el nombre, pero sí su naturaleza. Fundió el oro en lingotes que vendió al Banco de la República y, de un día para otro, convirtió la tienda de joyas en una cacharrería.
De negocios, Jaime había aprendido en la Escuela de Comercio Práctico y, más que nada, trabajando durante tres años al lado de su padre.
"Me ganaba un peso diario", evoca el comerciante, sentado en una silla en la trastienda de El Granate, muy cerca de una caja metálica marcada con el aterrador letrero de "alto voltaje", pero que en lugar de corriente eléctrica lo que contiene es la licencia de funcionamiento y otros documentos legales.
A pesar de haber estudiado comercio, ese aprendizaje no lo aplicaba en la joyería del viejo. En ese tiempo, recuerda, los únicos que llevaban contabilidad eran los grandes establecimientos comerciales; no los pequeños. La plata se tenía en el bolsillo. Y en cuanto a los negocios, éstos se sellaban con un apretón de manos. "Y ahora creen que ese gesto es solamente para saludar..."
Jaime no quiso seguir vendiendo joyas porque las ventas ya eran muy lentas. Había entrado la fantasía, la cual penetró fácil en el gusto de la gente, en parte por la inseguridad de esta ciudad que creció rápido con las migraciones de campesinos, especialmente empujados por la violencia partidista.
Hizo agosto vendiendo cajones forrados en latas de galletas, que usaban para guardar la ropa y mantenerlos bajo la cama, sin estorbar; relojes de bolsillo Ferrocarril de Antioquia; caperuzas de petróleo; platos de loza; jabones chinos; catres de lona, y juegos de mesa.
Pero nada se compara con las ventas del flamante reloj despertador dos campanas marca Junglas y, en diciembre, de los lujosos relojes Avemaría de Jawaco, que la gente se complacía en regalar.
Tres años permaneció en el local de su padre y su abuelo, por el que pagaban arriendo. Al cabo de los cuales se trasladó para el actual, en Cundinamarca con Ayacucho, propiedad de Luz Castro de Gutiérrez, el cual compró posteriormente.
Y fue haciendo nombre en los pueblos antioqueños por la reparación de lámparas de gasolina.
De esa época, hay muchos productos que no existen, como el soporte para planchas y los vaseros de alambre. Sin embargo, todavía perduran artículos como la maleta escolar a, b, c, y el anafre o asador guajiro.
"Ahora lo que más se vende es la herramienta china y para esta temporada de diciembre, el parlante" -un pequeño baffle que amplifica la música de una tarjeta de memoria-.
Hay más de cinco mil artículos diferentes en esta miscelánea, de abajo a arriba, en armarios de las paredes, en vitrinas y colgados del techo. La vista se distrae con las navajas con cuchara y mango de nácar, relojes, tijeras, ollas inmensas como las de la cárcel, espejos, muñecos, carros de colección y hasta un cóndor de los andes que hay inmenso sobre un mostrador.
Con un lema que se repite en la fachada: "si no lo tiene El Granate, no lo hay en otra parte", no hace mucho tiempo que ésta es la más antigua de las cacharrerías de Guayaquil. Era superada por La Campana, la misma que pautaba en el Almanaque Bristol, pero ésta ya no está. La Mundial es de las más antiguas -fue fundada en 1921-, pero no queda en el Hueco.
"Muchos son los que se han ido o han terminado sus negocios. Peter Santamaría, Almacén Británico, cacharrería Antioquia, Ferreterías Bolívar, El Pescador, JJ, Apolo...", dice Jaime, quien los tiene anotados en papeles porque los extraña. Nunca los consideró competidores, porque siempre le enviaban clientes que no se acomodaban con alguna cosa en sus tiendas.
Hoy es una incógnita si la cacharrería llegará a sus cumpleaños ciento uno, setenta y uno y cincuenta y uno, en 2011. Y todo porque su dueño está cansado y no quiere seguir allí despachando ollas arroceras y vírgenes. Y sus hijos han tomado caminos distintos al del comercio -uno es ingeniero de sistemas y el otro, médico-, de modo que no serán ellos quienes se encarguen de realizar en El Granate la tercera metamorfosis.