viernes
7 y 9
7 y 9
Si tuviera que definir a mi papá en dos palabras, serían estas: valentía y coherencia. No le tenía miedo a enfrentarse a grandes problemas ni a grandes enemigos, y lo hizo guardando la coherencia en todos los escenarios. Lo que más admiro de mi papá es que, en vez de estar obsesionado por llegar al poder, su prioridad y su verdadera obsesión era trabajar para lograr un cambio en la mentalidad de los colombianos. Recuerdo que decía, con relativa frecuencia, que esperaba que el país lo recordara como una persona que contribuyó a cambiar el modo de pensar de la gente… y lo logró.
Sin duda lo logró, luchando al tiempo para cumplirles a todos aquellos que veían en él una alternativa, una luz de esperanza para sacar a Colombia de los graves problemas que la aquejaban –muchos de los cuales hoy persisten-. Por eso fue tan sentida su muerte, porque Colombia no perdió solo a un líder, sino la esperanza de vivir en el corto plazo en un país mejor.
Recuerdo que en alguna entrevista dijo que esperaba que sus hijos no tuviéramos que trabajar en política, sino que pudiéramos dedicarnos a trabajar en otros campos. Sin embargo, creo que sabía que en la vida hay cosas inevitables y que el servicio público es eso, un servicio y una vocación. Esa es la consigna que me he trazado, y que espero nunca olvid ar. Por eso creo que Luis Carlos Galán es un ejemplo para todos los colombianos y, en especial, para quienes quieran hacer política.
Desde que tengo uso de razón, mi padre nos hablaba de la política y de los acontecimientos más importantes de la vida nacional. Nos inculcó la importancia de opinar, de investigar, de conocer y de interesarnos en la política, la cual consideraba esencial para darle rumbo a una sociedad y, sobre todo, para lograr un cambio en la mentalidad de la gente. Por eso, nos enseñó que si un miembro de esa sociedad no se interesa en la forma como se toman las decisiones, estará al margen de su destino.
Me pesa no haber tenido más años para compartir con él, pero me conforta saber que aproveché y que aprendí de él cada día que pasé a su lado. Como era el menor, mi papá me permitía faltar a algunas clases en el Colegio Pedagógico de Bogotá para acompañarlo en sus giras. Lo hacía, primero, porque sabía que a mí me fascinaba, pero sobre todo porque él quería que yo conociera de cerca la realidad del país. Estuve en más de 500 municipios antes de cumplir 12 años acompañándolo. Me gustaba oír sus discursos, y a él le gustaba oír mi opinión. Pero también me gustaba conocer las propuestas y oír los discursos de los contradictores de mi papá, a los cuales yo solía criticar porque consideraba que no eran lo suficientemente profundos en los análisis que hacían de los temas.
Y creo que, como yo, Colombia aprendió mucho de mi papá. Sin lugar a dudas, hay un amplio sector de la opinión pública que entendió su lucha y que se dio cuenta de la amenaza que significaba el narcotráfico para las instituciones, la sociedad y el Estado mismo. Cuando mataron a Luis Carlos Galán, hubo muchas voces aisladas y muchos héroes –muchos de ellos anónimos- que se enfrentaron al narcotráfico, y también muchos políticos que recogieron y abanderaron las ideas de mi padre, hasta convertir muchas de ellas en normas constitucionales. Todo eso me da algo de tranquilidad, pues su muerte no fue en vano.
Aun así, hoy en día el recuerdo de mi padre me llena de nostalgia y de frustraciones. No pude compartir con él algunas de las etapas más importantes de mi vida, como por ejemplo, mi proceso de formación profesional –en el cual me habría gustado recibir sus consejos-. No pude presentarle a mi esposa, y no pude verlo jugar con mi hija. Me gustaría saber qué opina él del camino que he elegido en la política, de mis propuestas en las distintas campañas en las que he participado y de los proyectos que he sacado adelante. Es una ausencia que me duele, y que me recuerda, cada día, el gran reto que tenemos quienes hemos optado por seguir su legado.