viernes
7 y 9
7 y 9
La globalización económica, que como una inmensa mancha de aceite se extiende a lo largo y ancho del planeta, penetró el deporte de alto rendimiento y, en particular, al fútbol competitivo que es uno de los más productivos y rentables negocios; así lo enseña el campeonato mundial celebrado en Brasil, un país abarrotado de desigualdades sociales e injusticia, en medio de protestas y levantamientos populares promovidos por turbas de necesitados, excluidos y hambrientos.
Por eso, los aficionados al balompié de verdad, acompañados de la pluma del escritor uruguayo Eduardo Galeano, deben hacer una reveladora confidencia: "yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: -una linda jugadita, por amor de Dios. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece" (El fútbol a sol y sombra, 1 ).
Y no es para menos: esa diversión, practicada por jugadores comprometidos con sus divisas y animados por una emulación sana, esa práctica competitiva cercana al arte y llena de poesía, que se observaba hace algunas décadas, casi ha desaparecido de los estadios. En su lugar, brotan modelos vestidos de pantaloneta pagados con astronómicas sumas de dinero, más preocupados por exhibir determinadas marcas, extravagantes tatuajes o motilados, que por jugar como aquellos practicantes que hicieron historia. ¡Cómo no evocar a Di Stéfano, Pelé o al desaplicado Tino Asprilla…
La publicidad invasiva y las pasarelas se encargan de construir nuevos ídolos según ciertos perfiles; Messi, Neymar y Ronaldo, en su peor momento deportivo, son ejemplos de ello aunque en realidad solo se trata de jugadores muy efectivos en arcos rivales. Sin embargo, poco se dice de protagonistas del espectáculo como el sueco Zlatan Ibrahimovic quien, con endiabladas gambetas, practica un fútbol versátil, alegre, vistoso y rico en recursos técnicos, que mucho hace estremecer y llena la retina de los aficionados; o, guardadas las proporciones, con nuevas revelaciones como James Rodríguez.
Ahora no interesa divertir sino impresionar; los participantes en ese juego hacen cursos actorales y son expertos en fingir faltas o lesiones, hacer tiempo, desgastar al rival mediante ardides y tretas, demolerlo a patadas (ejemplo: el partido Brasil-Colombia), etc.; y tampoco podía olvidarse, en el trasfondo del escenario, el consumo de sustancias prohibidas: rememórense los casos de refulgentes estrellas convertidas en tristes ejemplos para los jóvenes actuales.
Así las cosas, no es de extrañar el pobre nivel del certamen balompédico que, después de acomodados arbitrajes en favor del equipo de casa, llega a su final tras cuatro años de expectativas y montajes propagandísticos a lo largo y ancho del planeta. Atrás quedó la ética deportiva y el llamado "juego limpio" es apenas un emblema sonoro practicado, de dientes para afuera, por la FIFA –un organismo presa de la corrupción–, pues ganar a como dé lugar es la única manera de satisfacer las demandas de ávidos patrocinadores.
Se trata, entonces, de un deporte lleno de falsos y transitorios logros que muy rápido dan cabida a la derrota, a la barbarie y al irracionalismo; para no ir lejos, eso sucedió con las muy sobresalientes actuaciones del onceno nacional, que dejaron decenas de muertos, heridos y actos de vandalismo por doquier.
En fin, para que los reales dueños del balón no asfixien todo con su burdo materialismo y se tenga algo distinto para contemplar –más allá de tanta mediocridad, descomposición y banalidad–, el gigante de las letras ya citado recuerda: "…por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad" (idem, 2).