Con un padre serenatero, que se ganaba unos pesos en la fría Aguadas con los acordes tristes de los pasillos, él, gitano de Caldas, y con una madre que por amor dejó el convento cuando a punto estaba de convertirse en monja, es normal que
Jorge Blandón Cardona sea todo menos lo convencional, que sea un actor, un músico, un revolucionario, un soñador, un buscador de quimeras.
La casa amarilla en la esquina de la calle 99 con carrera 50C de Santa Cruz, que es como una alegría en medio de tanto color ladrillo, no siempre ha sido el refugio de los muchachos del barrio, la práctica del teatro sin tablas o la sala de ensayo sin acústica, en la década de los años 50 fue construida para ser un burdel, después de eso, todos los niños tenían prohibido pasar por ahí, hasta que se creó la Corporación Cultural Nuestra Gente en 1987.
Jorge es como un profesor de filosofía o de ética, de esos que entretienen a los estudiantes y que por eso se vuelven amigos. Le preocupa que el hombre ya no tenga preguntas existenciales y que más bien tenga dudas mercantilistas, más que dudas necesidades, y entonces se queja de esas tendencias modernas tecnológicas, "que deshumanizan".
Por inquietudes fue que empezó Nuestra Gente. Su padre que ya había recorrido varios barrios con toda la familia se iba a ir de Santa Cruz, pero Jorge decidió que él se quedaba, entonces había empezado un grupo de música latinoamericana, que después fue una banda de heavy
metal. Le preocupaban los jóvenes del barrio, que tenían pocas opciones, entre ellas la más fuerte era la violencia.
Hoy, 25 años después, Jorge tiene las mismas preocupaciones, pero la certeza del trabajo hecho y del que queda por hacer, pero ahí está la casa amarilla, que es un refugio, como lo es el arte.