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Una vez instalado el Congreso, cambia el escenario del disparate. La prensa se vuelca sobre el cuadrilátero del escándalo y enfoca lámparas encima del protagonista iracundo. Este se rodea de sus incondicionales, se deja fotografiar con la masa del populismo, aguza los ojos contra la historia.
El capitolio alberga entre columnas a las mismas dinastías que por siglos urdieron curules de modo que todo se transforme para seguir igual. Los honorables deben exhibir la dignidad de este adjetivo porque carecen de ella en la conciencia. Cada cual busca repletar alforjas, medrar cuatro años para vivir de ellas de por vida.
El sabio Nicolás Gómez Dávila escribió hace más de 35 años un escolio que indica la causa honda de este sainete: "Las faenas sociales básicas requieren cierta estupidez. Las inteligencias que iluminan la historia no hubieran podido hacer un negocio, ni regir un Estado".
Quienquiera que haya sido asiduo al malabar de la compraventa o a la trapisonda de los votos, dará testimonio con su cara esquiva de esa "cierta estupidez" inherente a las acciones cuando buscan ganancias.
Es que las faenas sociales básicas son aquellas ligadas a supervivencia y administración pública. Sus propósitos son crecimiento, seguridad, territorio, posteridad. Son la carpintería de la vida, el elemental circuito de las especies. En este oficio de cimientos se le fueron al hombre varios milenios antes de acceder a la civilización.
Pero hace rato el animal que piensa supo subir mirada a los astros y entender que la órbita humana roza misterio, curiosidad y poesía. Llegan entonces las inteligencias, que por fin piensan, imaginan y sueñan sin tender el sombrero para colectar migajas.
En su tenso oficio de metáforas y símbolos, estas mentes se desentienden de negocios, guerras y política. Bajo su custodia están tesoros no comprables, leyes sin soborno, perplejidades que justifican las redes neuronales.
Aquí va la historia y aquí, empantanado, se debate un país lleno de padres de la patria. El milenio y el siglo gritan la urgencia de la paz, los sabios alumbran desde lejos, pero algarabía y pendencia mantienen a los hombres atados a la estupidez de faenas sociales básicas.
Habría que abrir el momento al punto de la inteligencia. Habría que dedicarse al excelso oficio de ser hombres.