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Luis Eduardo González Tamariz usa unas gafas de sol tan grandes que parece que fuera un cantante. Lleva un casco y un tapabocas. Una camisa manga larga naranjada y botas negras. Está bañado, literalmente, en polvo. Carga un radioteléfono que hace demasiado ruido y por el que se oye a un hombre que da instrucciones en clave: suba, traiga, que los suelte, que los traiga, que 5 minutos más. Luis parece entenderle.
Luis es indígena emberáchamí. Vive en la comunidad Zabaleta y es uno de 1.575 trabajadores que en la actualidad construye uno de los proyectos más ambiciosos que tiene el Invías y que pretende comunicar a ambas capitales: la transversal Medellín-Quibdó. Deberá estar lista en noviembre de 2016.
González Tamariz es bajito, bajito, habla español muy mal, casi que solo palabra por palabra logra explicarse. Su trabajo en la obra es sencillo: Detiene un carro y luego otro y otro. Ahí es donde aparece y dice, con un acento ceremonioso, que lamenta “mucho las molestias ocasionadas por la obra” y advierte que debemos esperar a que carguen una volqueta de tierra. Le digo que no lo lamente, que no hay problema y replica con inocencia: “Hay personas impacientes y no saben esperar a que carguemos la volqueta”.
Ahí, bañado en polvo, a unos pocos kilómetros de El Carmen de Atrato, Chocó, Luis confiesa, después de todo, que la obra beneficiará a su comunidad, a sus hijos y a los hijos de sus hijos, por los siglos de los siglos.
Una trocha que se pierde
La Transversal Medellín-Quibdó se construye en dos fases. Luis trabaja en la Fase 2. En la Fase 1, desde hace meses, no trabaja nadie. ¿Qué fue lo pasó? ¿Cómo avanza este proyecto? ¿Por qué en un tramo los trabajos son de día y de noche y en el otro, espantan?
Las primeras respuestas las tienen dos conductores: Darío Torres y Andrés Taborda. Darío desde hace 22 años recorre la vía. Al principio fue mensajero. Su trabajo era ir a Quibdó recoger la correspondencia y volver a El Carmen de Atrato y entregar los sobres. Al tiempo se compró un carrito, un willys, y comenzó a llevar y a traer pasajeros. Esta vía lo ha sido todo para él. Le ha dado la comida de sus hijos, los regalos de cumpleaños, el estudio. Por eso es que hoy sonríe al contar que este es su mejor momento, y recuerda que hace 17 años hacía el recorrido en 14 horas; hace 10 años en 12 horas y hoy lo hace en seis horas, sí, en seis horas.
“Hubo épocas muy duras, no solo por el mal estado de la carretera. La guerra nos paralizaba. A veces tocaba devolverse o esperar hasta que pasara todo. Hace más o menos tres años comenzaron a verse las obras y las comenzaron a cambiar”, cuenta, mientras espera que Luis, el emberá de las gafas de artista, le de paso.
Para Darío, aquí en la Fase 2, los trabajadores parecen no tener descanso, a pesar de los aguaceros, a pesar del calor picante del mediodía, siempre están ahí, siempre. “Mientras que en estos kilómetros todos los días hay movimiento de trabajadores, más abajo espantan. Las obras de la Fase 1 están paralizadas desde el año pasado, allá si no van a ver trabajadores. Por eso es que el tramo más complejo es cerca al Diecisiete hasta más abajo de la base militar del Veinte, está feo, abandonado”.
Andrés Taborda transporta ganado. Asegura que hay días en que va dos veces a Quibdó con carga. Dice que a pesar de los baches, que a pesar de que hay tramos que se hacen largos y tediosos por estar tan malos, muy malos, nunca, en sus años de camionero, la carretera estuvo tan bien, como una pista, sí, como una pista, repite. “Es una belleza, hay tramos que parece que fueran milagro, se pueden transitar a 60 kilómetros sin problema, por eso es que hasta puedo salir de noche de viaje”.
Sí, una vía milagro, que aparece en medio de la selva, que sorprende al margen de un río caudaloso o de un pequeño arroyo cristalino. Aquí, en el corazón de El Carmen de Atrato, el bullicio es nuevo y el motor de las volquetas se adaptó a la monotonía de la selva. El recuerdo de hace tres años es distinto: Un viacrucis, un calvario. Por aquí, de vez en vez, aparecía un soldado y al rato otro y otro. Eso era todo. No había más. De vez en vez, un camionero suplicaba que alguien se ocupara de este pedacito de país. Hasta que al fin, en agosto de 2009 el pavimento comenzó a verse, justo después de que 43 personas murieran en un accidente cerca a El Carmen, y por eso la promesa del Gobierno: hacer la vía. Sin más plazos.
Del sueño a la realidad
Y así comenzó a construirse. Primero fue la Fase 1 entre Quibdó y El Dieciocho. Tiene una longitud de 35 kilómetros, un costo de 122.000 millones de pesos y empezó a construirse en 2009, debía estar lista en septiembre de 2013.
Sin embargo, se acabó la plata y cerca de 10 kilómetros se quedaron sin pavimento. Esto significa que el Invías concluyó el contrato con Metrocorredores 8 sin terminar la pavimentación y deberá gestionar más recursos para los tramos faltantes e iniciar un nuevo proceso licitatorio. Es en este tramo, es donde dice Darío, el conductor, que espantan. Ya no hay trabajadores. No hay volquetas. No hay frentes de obras y los 10 kilómetros sin pavimentar, recuerdan el pasado adverso de la carretera.
El Invías frente a esto ha dicho que la entrega original del tramo “se vio afectada por una serie de imponderables que dilataron la misma y obligaron a modificar el cronograma de obra parcialmente. Uno de los más relevantes, fue la dificultad técnica presentada en algunos tramos donde el material está constituido por roca sólida. El avance en estos puntos fue muy lento, haciendo necesario el uso de explosivos”, explica el director del Invías Leonidas Narváez, en carta enviada a este diario en marzo de 2014 y además advierte que la “entidad trabaja activamente en la consecución de recursos para la culminación de los tramos”.
Por eso, la esperanza ahora está en la Fase 2. Los 1.575 trabajadores crean un ambiente de fiesta y de progreso que nunca, dicen los lugareños, se había visto. Esta fase fue adjudicada hace dos años y aún le quedan dos años más para su finalización. Tiene una inversión de 254.000 millones de pesos y hasta ahora su único dolor de cabeza ha sido el orden público y según el Invías, el cronograma se está cumpliendo sin novedades. De los 87 kilómetros por pavimentar, a la fecha se tiene un avance de 5,5 kilómetros pavimentados en concreto rígido, 15,2 kilómetros explanados y 61 mantenidos.
Es aquí, bañado en polvo, donde apareció Luis como el amo y señor de la obra, quien parece controlarlo todo, pero solo es quien ofrece disculpas por las molestias. Eso lo hace feliz, dice. Con su traje nuevo, con las gafas enormes que no había usado nunca jamás, le quita un poco de volumen el radioteléfono y deja que la voz siga dando instrucciones, mientras que él se concentra en lo que al parecer es más importante.
Entonces, se para al borde de la carretera y mira hacia la montaña y señala: “Todo esto, todo, todo, es de la comunidad indígena mía. Detrás de esa montaña está mi casa y la escuela. Nos ha ido bien con esta obra, tenemos trabajo y viene mucha gente. Hemos estado aquí toda la vida y a pesar de todo, hoy el proyecto nos gusta porque no queremos que haya más accidentes”.
En el radio se escucha: “¿Don Luis, si me copió, don Luis, envíe los carros que tiene allá, ya, yaaaa?. Pero Luis sigue ahí, mirando la montaña, no escucha y vuelve sobre lo mismo: “Todo eso es nuestro”, repite, hasta que los pitos impacientes de los carros lo devuelven a la realidad. Y entonces, con toda la calma, se quita las gafas de artista y aparecen sus ojos achicados, se limpia el sudor y el polvo y en medio de un regaño cariñoso dice: “Váyanse, váyanse, pero ojalá vuelvan”.