El Plan de Desarrollo define ocho pilares fundamentales de la política pública: convergencia y desarrollo regional; crecimiento y competitividad; innovación; igualdad de oportunidades; consolidación de la paz; sostenibilidad ambiental; buen gobierno; y relevancia internacional.
Y en esos pilares, un elemento determinante (elemento transversal, que incide en la mayoría de ellos) es la educación.
En efecto: la educación es el mecanismo por excelencia de acumulación de capital humano y, por esa vía, un elemento fundamental para el crecimiento y la competitividad, para el desarrollo regional, y para la innovación. Pero también es el mecanismo primordial de movilidad social, que hace realidad la igualdad de oportunidades; y contribuye de manera decisiva en el desarrollo de competencias cívicas, que permiten una sociedad ordenada, pacífica y regida por el buen gobierno.
Ahora bien: de acuerdo a la Encuesta de Calidad de Vida del Dane de 2008, sólo un 16,1 por ciento de la población del país en edad de trabajar, había cursado un año o más de estudios superiores. Pero, en cambio, el 21,6 por ciento del empleo generado, correspondía a ese grupo.
Entre 2008 y 2010, el empleo de personas con algún grado de educación superior creció, en las trece grandes ciudades del país, a una tasa media anual del 4,6 por ciento, mientras que el empleo formal de personas sin educación superior sólo lo hizo al 2,1 por ciento, condenando a la informalidad (que crece a una tasa del 4,8 por ciento) a aquellos que, careciendo de educación superior, no consiguen integrarse a los mercados formales.
Freno al crecimiento
Así, la carencia de educación, al tiempo que se constituye en un freno al crecimiento, alimenta la desigualdad. Cuando se analizan las profundas divergencias entre hogares pobres y ricos (clasificándolos en 5 grupos o quintiles, según su ingreso), dos características se destacan como factores diferenciadores: el grado de calificación (medido por el porcentaje de personas con algún grado de educación superior) y la remuneración promedio de aquellos que tienen educación superior: mientras en los hogares más pobres sólo el 2,2 por ciento tiene educación superior, ese porcentaje es el 43 por ciento en los hogares más ricos.
Un problema de desigualdad de oportunidades, pero también, un problema de calidad, porque las personas educadas del quintil más bajo sólo reciben una remuneración equivalente al 8,5 por ciento de la remuneración promedio. Retos colosales para una sociedad que aspira a la "Prosperidad para Todos".
* Profesor de Economía de la Universidad Eafit