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HISTÓRICO
POSTAL 2: LA BELLA ETERNA
  • POSTAL 2: LA BELLA ETERNA
Por ANA CRISTINA RESTREPO J. | Publicado

La primera vez que la vi, estaba envuelta en un empaque de terciopelo. En los ochenta, el dije de oro de cráneo ovalado y perfil anguloso, el cuello de cisne de la reina Nefertiti, era un regalo habitual para las quinceañeras. Se consideraba un amuleto.

En mis segundos quince años fui a buscarla al desierto y al Museo del Cairo, a orillas del Nilo. Templos, papiros, objetos con figuras humanoides, astros, símbolos… Pero ella no estaba. El busto de la "reina perdida", advertía un letrero, permanecía en un museo alemán.

El nombre de Nefertiti —"la bella ha llegado"— se desvaneció en la Historia. Hija del faraón Ay, sucesor de Tutankamón, quedó huérfana de madre desde muy niña. Algunos aseguran que creció en el harem de Amenotep III, con más de cuatrocientas concubinas. Se casó con Akenatón y juntos construyeron una ciudad en el desierto. Tuvo seis hijas.

Sus restos nunca han sido encontrados. Desde 2003, se estima la posibilidad de que sea una de las momias de la tumba KV35 del Valle de los Reyes. La llaman "Lady X".

En 1912, un equipo de arqueólogos alemanes halló el busto de la legendaria reina: cara delgada, ojos almendrados, delicadamente delineados, cejas gruesas, piel cobriza y labios terracota. Sólo las orejas revelan antigüedad.

El busto de Nefertiti permanece en una urna de cristal, en el centro de una sala individual del Museo Neues, en Berlín. Sobre un piso en mosaico, rodeada de paredes verdes coronadas con escenas míticas, recibe la luz natural que emana desde la bóveda.

La bella eterna es tuerta. Sólo mira por el ojo derecho. Paradójicamente, quienes mejor la pueden descubrir son los ciegos: el Museo exhibe una réplica de bronce con la ficha técnica en Braille. La punta dorada de la nariz delata las caricias de tantos dedos curiosos.

En la nave anexa, la "reina perdida" se ve enmarcada en un pórtico sostenido por dos cariátides: en el cristal que la protege, justo sobre la cabeza, se refleja la imagen colosal de un hombre semi-desnudo, sin la mano izquierda. Es Helios, dios del sol, escultura del 138 al 161 a.C.

Desde ese corredor vecino, Heródoto, Demóstenes, Isócrates, Anacreonte de Teos, Zenón de Citio y Metrodoro, y dos pequeñas esculturas de Sócrates y Safo (sin nariz ni mentón), contemplan sin cesar a la bella.

Agatha Christie expresaba cuánto le alegraba envejecer al lado de un arqueólogo, porque "amaba las antigüedades". La belleza eterna, el mito de Nefertiti, perdura en avisos publicitarios, fotos de revistas, en el implacable dictamen social frente al paso del tiempo (la maldición de Brigitte Bardot o de Elizabeth Taylor: llegar a viejas).

Conservo el pequeño dije, con una postal del Museo Neues. Es probable que en mis terceros quince ya hayan encontrado la momia de la "reina perdida", y corroborado la verdad de su leyenda. O, quizás, esté ajada, carcomida. Vencida, como cualquier otro mortal, en su obstinada lucha contra el tiempo.

Berlín. Postal 2/3

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