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Sentado frente al computador de una redacción convertida en la única droga capaz de aliviar junto con una botella de ron intravenosa los latigazos de una tendinitis tenaz, repaso las web globales a la caza de alguna noticia que capte mi atención. Confieso que la historia de Dale Decker está a punto de darme la munición que necesito. Este hombre de 37 años sufre nada menos que 100 orgasmos al día, aunque no ha disfrutado de ninguno. Decker sufre el síndrome de excitación genital persistente desde septiembre de 2012, momento en el que cayó de una silla y se le desplazó una vértebra. De camino al hospital, los grandes dolores que sufría no evitaron que tuviera cinco orgasmos. Decker, de Wisconsin, sufrió un trauma de los nervios pélvicos que le provoca la hipersensibilidad, una situación que ha descrito como «repugnante y horrible» porque le obliga a vivir enclaustrado, sin poder salir de casa por miedo a tener un orgasmo en público. Decker explicó al diario británico «Daily Mail», al que estas historias le apasionan, su sufrimiento. «Imagine que usted está de rodillas en el funeral de su padre junto a su ataúd y, mientras se despide de él, tiene un orgasmo mientras está toda la familia presente». Descarto el asunto y estoy a punto de centrarme en solicitar la legalización total de la prostitución. Ya conocen mi postura al respecto: las putas y putos deberían tributar al erario público como cualquier otra actividad relacionada con el sexo. Si los actores de cine adulto están sindicados y cotizan, no encuentro ningún motivo que impida convertir en normal algo que es más viejo que la tos. No me malinterpreten, no seré yo quien defienda la prostitución, quizá la más baja de las profesiones a la que pueden recurrir hombres y mujeres. Pero al fin, es un oficio. Y no olvidemos que fue precisamente Jesucristo el primero en normalizar el trato con las putas. No las juzgaba, sino que las trataba como lo que eran: profesionales del sexo. Y si profesionalizamos el oficio evitaremos los abusos, la esclavitud y la trata de blancas. Quienes se flagelan contra esta opción, a menudo devoradores de porno, un entretenimiento al que en mayor o menor medida recurren los mortales en estos tiempos, olvidan que hasta los Estados están comenzando a incluir en sus cuentas estos negocios.
De hecho, el PIB de España pegará un salto olímpico de hasta un 4,5 % a finales de este mes, lo que supone una inyección de unos 46.000 millones. No será por una milagrosa mejora de la actividad, sino por un cambio estadístico. La nueva cifra recogerá el impacto de las drogas y la prostitución en la economía. Toda Europa anda recalculando el valor del PIB para cumplir con un reglamento de la Comisión Europea, pues al fin y al cabo las actividades ilegales mueven millones y generan riqueza y empleo. Solo la producción y tráfico de drogas, la prostitución y el contrabando sumarán entre el 1,5 % y el 3 % al PIB. El resto hasta ese 4,5 % proviene de un cambio en la contabilidad de los gastos militares.
Pero lo que realmente me llama la atención son los habitantes de la península de Nicoya, en Costa Rica, donde como en el Macondo de García Márquez la gente vive casi eternamente. El investigador Dan Buettner trata de encontrar junto con National Geographic el misterio de una vida larga y sana. Y parece haberlo descubierto tras visitar los rincones del mundo donde la gente se niega a morir. Los habitantes de estos lugares tienen en común cinco hábitos fácilmente adaptables: no fuman, realizan actividades físicas con regularidad, tienen relaciones sociales estables, así como un núcleo familiar unido, y su dieta está basada en vegetales. Además, en algunas de estas comunidades donde nadie muere la gente bebe vino tinto, las mujeres están a cargo de la economía familiar, las prisas no existen y nadie mueve un dedo sin un propósito claro.
¿Quieren vivir 100 años? Olviden el coche, pidan a sus regidores más carriles bici, más aceras para caminar y menos autopistas. Renieguen de los centros comerciales y de la comida basura. Beban vino, rían, charlen y cuiden a sus familias y amigos. Yo por mi parte dejo hoy mismo de fumar aunque un buen asado no me lo quita nadie. Quizá no viva 100, pero espero llegar a los 90.