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El cese el fuego pactado esta semana entre Israel y Hamás, con la facilitación de Egipto, constituye un alivio necesario pero frágil para los habitantes de Palestina e Israel, en especial para los residentes de la Franja, convertida hoy en una extensa placa de ruinas, tras 50 días de confrontación entre el Ejército israelí y las milicias islamistas.
Recuperar Gaza no valdrá menos de 5 mil millones de dólares que a la fecha apenas empieza a gestionar la ONU entre sus agencias, y que en septiembre se reforzará con una cumbre de donantes liderados por Noruega.
Revisar las estadísticas tras 50 días de combates resulta penoso por donde se le mire: 475 mil refugiados (el 25 % de la población de Gaza). Unas 17 mil viviendas totalmente destruidas y 38 mil gravemente averiadas. 216 escuelas y 58 hospitales desbaratados en los que es prácticamente imposible cualquier actividad. 2.140 palestinos muertos, el 70 % civiles, según ONU. Y 64 militares y seis civiles israelíes caídos en el cruce de fuegos.
Un saldo negro para ambos pueblos y frente a cualquier análisis humanitario posible.
El gobierno de Israel reclama su triunfo amparado en que logró golpear a jefes y milicianos clave de Hamás, y su red de túneles y lanzacohetes. Del otro lado, el grupo islamista sostiene que soportó a un ejército superior en tecnología y efectivos y que "la resistencia" gazatí resultó "superior a la ocupación".
En la prensa mundial hay coincidencia en que los dos bandos perdieron legitimidad y que además la gran derrota la padecerán, en adelante, los civiles atrapados hasta el martes en el fuego de cohetes, y rehenes de resentimientos incubados por el sufrimiento y la desconfianza, que prevalecerán mientras no haya un plan de paz con posibilidades de cumplirse sin reversa ni nuevas hostilidades.
Israel está dispuesto a flexibilizar los controles para permitir la entrada urgente de medicamentos y materiales y a extender el área marítima para la pesca desde Gaza. Pero por ahora no devolverá prisioneros palestinos ni permitirá operaciones aéreas en la Franja. Eso, si Hamás respeta la tregua y no arroja más cohetes.
Los sectores más radicales en Israel consideran inconsulta e ilegítima la tregua, y desde el extremismo de Hamás se pretende impedir que la Autoridad Palestina, con Mahmud Abbas, recupere el terreno y la sintonía perdidos en Gaza.
No obstante este panorama político-militar desalentador, en la Franja los civiles intentan retomar la normalidad. Están quebrados. Diariamente, durante 50 días, la precaria economía gazatí sufrió pérdidas por 100 millones de dólares y ahora reactivar el circuito productivo es una tarea más de esperanza que de realismo. El 40 % de la población consume agua de camiones cisterna y la energía apenas funciona entre cuatro y seis horas/día, donde llega.
Mil niños de Gaza sufrirán incapacidad permanente tras este capítulo del conflicto. Otros 373 mil requieren atención sicológica. En Israel, una encuesta arrojó que de los 464 consultados, el 54 % cree que ninguna de las partes consiguió un triunfo. Pero el gobierno de Benjamín Netanyahu asegura que nunca antes se había golpeado con tanta contundencia la estructura terrorista de Hamás.
En el mundo, en torno a las imágenes que trajeron la Operación Margen Protector y los ataques con cohetes de Hamás, no dejamos de lamentar las ruinas y los radicalismos que trae una violencia que las partes, paradójicamente, consideran necesaria para la sobrevivencia de ambos pueblos.