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Se quejaba alguna vez el intelectual Mario Laserna de que "entre nosotros, los poetas y oradores formaban el núcleo más importante de la clase dirigente política". Y agregaba en su ensayo sobre los partidos tradicionales, que "la mayoría de ellos poseen no una ideología sino un inmenso arsenal de frases y gestos capaces de enardecer a toda una nación". Tenían, es cierto, "más que un pensamiento político, una arenga para empujar las tropas hacia el combate".
Nuestra historia está llena de frases hirientes, desafiantes que en buena parte condujeron a lo que se conoce como la violencia partidista de mediados del siglo pasado. La que serviría de base para que la comisión histórica –compuesta mayoritariamente por miembros de izquierda recalcitrante– creada por el gobierno para estudiar los orígenes y consecuencias del conflicto armado colombiano, la encuentre como la gran responsable de la catástrofe de la violencia. Se corre el riesgo de que el equilibrio conceptual sea roto por el sesgo para adjudicarles a los partidos tradicionales la mayor culpa en la violencia, que la causada por los grupos ilegales aparecidos a partir de los años 60 del siglo XX.
Si todo ese pasado de pugnas partidistas fue reprochable, también hubo emulación y debates congresionales importantes dentro del eje gobierno–oposición, sistema que funcionó por varios lustros en la hegemónica confrontación partidista. Eso evitó en buena parte que se desbordara la corrupción de quienes gobernaban en su momento, dado el severo –y muchas veces apasionado– control político que ejercían las bancadas opositoras, aun lejos del manejo del botín presupuestal. Con el tiempo, se cambió el sectarismo bipartidista por la corrupción generalizada. Si antes había humanistas y poetas, hoy, en buena proporción, abundan los manzanillos e iletrados.
Es cierto que ahora nadie se parte el pecho por los partidos políticos. Esto se debe a que las colectividades tradicionales están desfiguradas. No despiertan mística ni seducen.
La controversia ideológica ya ni siquiera, como en la época que relata Mario Laserna, se lleva a través de la retórica o de los versos, porque hasta la preparación humanística desapareció de los cuadros dirigentes de las colectividades históricas. Ahora el impúdico pragmatismo del todo vale se devora la política. A esta solo la seduce tener acceso a los contratos, a la burocracia, al manejo de las partidas presupuestales del Estado a través del compradrazgo o de la coima. El país "ha perdido la oportunidad de conocerse a sí mismo a través de sus fracasos". Hoy los actualiza y los empeora.
Se ha expulsado del lenguaje político la sindéresis. Se echa mano de la ramplonería, de la acusación temeraria. Se abusa de las redes sociales y de los trinos que son tan nocivos como las viejas proclamas provocadoras en altoparlantes y gritos de plaza pública.
Una luz de esperanza, por lo menos, se abre en el caso de la decadente jerarquía conservadora, con la elección en su presidencia de un hombre joven. Confiamos que el doctor Barguil no solo tenga preparación y poder de convocatoria, sino que no se deje conquistar de marrullas y caciquismos, epidemia de azules y rojos que va debilitando la democracia real.