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Estación Ácimos, en la que lo que se come carece de levadura. O sea que nada se infla y las cosas son las debidas, en el caso de los que no creen en asuntos religiosos (que no sé si se irán al infierno o ya están saliendo de él, tantas son las interpretaciones). Pero los creyentes judeocristianos, que celebran la Pascua, saben que el pan ácimo es el de la esclavitud y que recordar este estado de vida es necesario para entender la libertad. Así, los judíos salen de Egipto y son libres (previa normatización) y los cristianos se integran a la vida nueva, entendiendo la resurrección, lo que implica dejar atrás lo que conduce a la muerte. La Pascua (Pésaj en hebreo), entonces, es un renacer. Y en este estado, el abandonar lo que esclaviza o mata (la envidia, la codicia, el rencor, la mentira y el crimen), decidiendo ser humanos en términos de convivencia, buen uso de la geografía (y con ello de las formas económicas y sociales) y estudio permanente de la historia (de la memoria útil) con el fin de no repetir errores.
La pascua es una cena (un séder, un orden), en la que el hombre y la mujer libres, apoyados en cojines, comen bien, hablan sin temor y dan fe de la libertad adquirida, no del libertinaje. La libertad propicia actos que carecen de dolor y hastío, es decir, permiten crecer en humanidad y le dan un sentido a la vida buena, en tanto que acrecienta la tranquilidad, la unión y el estar bien consigo y con los otros. No así el libertinaje, que es un desorden que conduce a la confusión, daña a otros y embrutece. Y si bien hay quien dice que es libre aquel que hace lo que a bien quiere, lo sería si eso que hace construye y favorece al nosotros y no al yo egoísta y narciso, este sí mala fuente de arrebatos, iras, gulas, soberbias, defensa de la ignorancia y ejecutor de decisiones torcidas. Libre es aquel que nada tiene que temer.
En términos antropológicos, la Pascua es el simbolismo de pasar del invierno (en el que todo está preso y frío) a la primavera, donde la tierra renace y florece, indicando que ya está en capacidad de dar frutos. Si esto lo entendiéramos llevándolo a nuestra condición, la tierra sería un hogar. Pero por lo visto cuesta entender algo tan simple y, en el afán de libertad, tomamos por el camino de los miedos diversos en el que las alegrías no nacen de las entrañas sino que, como en un enorme guiñol, brotan de botellas con licor y ruido a todo volumen, igual que cuando se es esclavo. Los esclavos huían de la realidad cerrando los ojos, alucinando y gritando hasta caer dormidos. Y cuando despertaban, como en el cuento de Monterroso, el dinosaurio seguía ahí. Y peor, más hambriento y carente de toda Pascua.
Acotación: La Pascua es una fiesta y como tal contiene alegría. Y no se debe desear unas buenas Pascuas sino hacer una buena Pascua, con el fin de poder evaluar. Mientras tanto, los huevos de pascuas siguen siendo de chocolate, igual que los conejos y las varitas que se ponen a florecer, si antes no las pisan, claro.