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Hay momentos en los que la geopolítica habla con lenguajes soterrados para anunciar que viene una guerra. Se develan unos documentos privados allí y se descubren curiosamente unas conspiraciones acá y cuando menos pensamos el aire está lo suficientemente denso para un conflicto bélico de grandes proporciones.
Las fichas que llevan a los países a realizar el primer disparo parecen espontáneas pero, en ocasiones, se han movido con tanta cautela que al final el ciudadano común se ve empujado a reconocer que no hay otra salida diferente a una acción militar para detener al enemigo.
Es justamente ese aire y esas acciones las que parecieran estar formando el preámbulo de un choque entre Israel y Estados Unidos, contra Irán.
La lista de razones acumuladas para atacar a Irán empezaron a subir de temperatura hace dos semanas cuando el gobierno de E. U. reveló un supuesto plan de Teherán para matar al embajador de Arabia Saudita en Washington. Las alarmas se prendieron y el gobierno de Mahmud Ahmadineyad lo negó todo. La historia implica a narcos mexicanos y suena un poco reforzada, a decir de los mismos agentes estadounidenses, que sin embargo, no le restan credibilidad.
El ambiente se calentó rápido. E. U. declaró que, hoy por hoy, no existe para ellos mayor amenaza en la tierra que Irán, e Israel apoyó el anuncio diciendo que estudia una represión militar. El mundo, hasta hace pocos días con la cabeza embotada por la muerte de Muamar el Gaddafi y las revueltas sangrientamente reprimidas en Siria, tuvo que sacudirse para redireccionar otra vez sus prioridades.
El periódico The Guardian , de Inglaterra, reveló que su país se alista para apoyar militarmente a Israel y a Estados Unidos en caso de que lo necesiten para un ataque contra Irán y aunque la Otán prefiere negar la posibilidad de un nuevo conflicto multinacional, la guerra empieza a parecer real.
La desconfianza con Irán es clara: su potencia nuclear. Aunque el presidente Mahmud Ahmadineyad reconoce su poderío en el campo, niega que tenga armas de poder nuclear. Sin embargo, dice a grito entero que lleva toda su vida preparándose para un ataque y que responderá con todos sus dientes.
Los misiles que posee Irán tienen alcance de 2.000 kilómetros, suficientes para destruir bases norteamericanas en la zona y atacar a Israel, de quien niega incluso su posibilidad de existencia como Estado.
El jefe del Estado Mayor Iraní, el general Hasan Firuzabadi, declaró amenazante ante las campanas de guerra, que empiezan a resonar cada vez con más fuerza, que en caso de que Israel ataque, E. U. también será atacado. "Los haremos arrepentirse de ese error. Los atacaremos con severidad", dijo.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, trata de convencer a su propio gobierno y a los militares de que no hay otro camino distinto a destruir las instalaciones nucleares de Irán. Cuanto antes mejor y más efectivo. El ataque supondría el inicio de un conflicto de consecuencias catastróficas.
Una pieza más parece encajar en el rompecabezas de la guerra. Justo esta semana el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), afiliado a la ONU, presentará su informe sobre el programa nuclear iraní. Si de allí se desprende un portafolio salpicado con datos de evolución armamentista nuclear, tanto Israel como E. U. podrán tomarlo como el visto bueno para emprender su ataque.
Un gran choque entre Israel e Irán lleva fraguándose tres décadas, desde la revolución islámica de 1979. Teherán contaría con el apoyo irrestricto de los libaneses de Hezbollah y los palestinos de Hamas y la llama del conflicto se dispersaría como pólvora. Solo falta la chispa que lo encienda y hoy, a esta hora, no estamos muy lejos de ella.